Todo estaba pasando demasiado rápido, el corazón me iba a mil por hora. No sabía qué era lo que estaba ocurriendo, yo sólo me centraba en seguir corriendo sabiendo que ese era el único modo de seguir con vida. Notaba cada vez más el latido de mi corazón- bum… bum… bum…- iba rápido, muy rápido, sentía miedo, parecía que me iba a estallar. Se escuchaba un enorme estruendo cada vez que daba un paso más. Las hojas estaban secas y yo era la culpable de destruir un montón de ramas sueltas caídas en el suelo cada vez que mis pies daban un paso más. Llevaba… sí, llevaba esas estúpidas zapatillas de deporte, tenían una suela tan fina que parecía andar descalza por aquel suelo lleno de objetos que dañaban mi suave piel de la planta.
Sentí que ya estaba sola, quería girar la cabeza para asegurarme de que no había nada con lo que mis ojos se abrieran como platos y quedarme estupefacta. Seguí mi impulso y lo hice, giré rápidamente la cabeza mientras seguí corriendo, y de pronto… se acabó.
Me desperté en el suelo, no estaba segura de lo que había pasado, Observé mi alrededor, lo único que veía eran árboles enormes, con una madera gruesa y marrón, parecían tener miles de años. Casi no alcanzaba a ver sus ramas, divididas en cientos y adornadas con hojas amarillentas, seguro que pronto terminarían cayéndose. Empecé a sentir las manos por fin, las miré, estaban llenas de arañazos y tierra, parecía que llevaba sin lavarme meses. Apoyé bien las manos en el suelo y conseguí levantarme ligeramente, pero en el intento volví a caer. Había sentido un mareo muy fuerte, mis manos y piernas habían comenzado a temblar mucho, eso fue lo que hizo que mi cuerpo cediera otra vez. De nuevo no sentía nada, estaba tumbada en esa tierra húmeda con hojas secas que se clavaban en mi piel y atravesaban mi ropa haciéndome sentir todavía más vulnerable. Sentí como mi vista se empezaba a nublar, era como si mi cabeza, mi mente, se separara de mi cuerpo, los pensamientos y las sensaciones se difuminaban. Sentía mucho miedo, sabía lo que era aquello y por nada del mundo quería volver a quedarme dormida y despertar de nuevo sin saber que pasaba, sin sentir nada y sin nadie que me pudiera ayudar.
No sé cómo ocurrió, no sé dónde me encontraba ni que estaba ocurriendo. Mi cuerpo no había recuperado toda su sensibilidad, pero en ese momento lo noté, un frío extraño había alcanzado mi cuello y bajaba lentamente por mi espalda, y de pronto más, y más, en un instante miles de gotas frías y húmedas caían por mi piel haciendo que mi mente no se fuera. Poco a poco recuperé la vista, ya podía sentir todo el cuerpo. Estaba allí tirada otra vez, pero temía volver a levantarme. Respiré hondo, cerré mi mano agarrando con fuerza la tierra mojada, cogí impulso para levantarme mientras doblaba las rodillas y conseguí sentarme.
En ese momento estaba muy a gusto, la lluvia me sirvió para relajarme, poder mirar a mí alrededor y observar que estaba sola. Sentía un dolor muy fuerte en mi cabeza, la toqué, parecía no tener nada pero al mirar mi mano algo rojo la había manchado. Era imposible, yo me encontraba bien, no parecía que fuera mía, no me caía a chorros ni parecía estar seca. Otra vez mi corazón comenzó a ir más rápido. Volví a tocarme la cabeza y no sentí nada. Me miraba la mano, intentando recordar que había pasado, si esa sangre era mía o si yo había hecho algo. Estaba preocupada, sentía mucho miedo de nuevo. Volví a mirar a mi alrededor pero no había nada, sólo se escuchaba el sonido de la lluvia al caer encima de las hojas secas y la brisa de aquellas ramas tan altas que hacían del lugar cada vez algo más misterioso.
Empecé a tener frío, cerré los ojos, suspiré y al volver a abrirlos me fijé en mi ropa. Toda estaba llena de tierra, La falda morada era lo que parecía que estaba mejor, sucia sí, pero no se notaba tanto, en la camiseta ya no se distinguían los lunares negros, las medias transparentes estaban demasiado rotas, así que me las quité, pero antes tuve que desatarme aquellas zapatillas blancas que parecían ya marrones, o negras, no sé, tenían tanta tierra pegada que daba asco, pero para, ¿qué es eso rojo? ¿Un trozo de mi falta? No, estaba sucia pero entera. Lo toqué, era algo viscoso, estaba mezclado con la tierra que se había ido pegando a mis zapatillas, al mirar mi mano, comprendí que era más, más sangre. Volví a tocar mi cabeza con la otra, me levanté rápido e inspeccione todo mi cuerpo en busca de heridas o tan sólo de algo que me diera una pista para saber de dónde venía. Pero nada, volvía a estar perdida sin saber por qué aquella sangre estaba en mi cuerpo.
Empecé a caminar desorientada, seguía notando la lluvia caer por mi cuerpo y cómo el frío ya se hundía en mi piel hasta llegarme dentro sintiendo un escalofrío. Hubiera jurado que llevaba una chaqueta, pero daba igual, ni siquiera sabía hacía donde iba.
Ya no tenía reloj, ni nada por donde orientarme. No parecía que fuera a hacerse de noche, a pesar de la lluvia había mucha claridad, seguramente fueran las horas centrales del día. Seguí caminando, ya había dejado muy atrás el lugar en el que me había despertado. Mi sensación era de haber recorrido kilómetros. Me notaba cansada. Me costaba dar cada paso, levantar un píe, posarlo, levantar el otro. Todo era un esfuerzo ya.
No podía más, quería descansar ya y recuperar fuerzas. Comencé a fijarme más en los árboles, observando si alguno tenía uno de esos huecos que les hacen los leñadores. Sí. Allí al fondo había uno. Sólo había dos árboles más por delante hasta llegar a ese. Ya había pasado el primero cuando de pronto escuché voces. Corrí hacía el árbol a esconderme sin pensarlo. Si era alguien que quería hacerme daño no conseguiría escapar, ya no tenía fuerzas para más.
Cada vez la voz estaba más cerca. Pero no parecía sólo una, había más. Quizás dos o tres, no lograba distinguirlas muy bien. Permanecí quieta mientras esas voces gritaban un nombre. Maya, ese era el nombre. No paraban de gritarlo. Parecían desesperados, sus voces estaban como rotas, como sin esperanza.
Mi instinto y el miedo hicieron que me encogiera. Agarré con las dos manos mi colgante, fuerte, esperando que no me encontraran. La verdad es que tuve suerte. Un ruido los alejó de mí. No sé qué era, tampoco quise averiguarlo, pero sentí como después de que se escuchara un grito ellos habían salido corriendo. Esperé un poco y mire con precaución mí alrededor para confirmar que ya volvía a estar sola. A lo lejos vi como esas voces, que habían resultado ser de tres personas, se iban corriendo en la dirección contraria a mí. Decidí seguir esperando un poco más, hasta estar más descansada y saber qué hacer.
Respiré más tranquila, y me di cuenta del medallón que estaba sosteniendo en mis manos. Estaba sucio, pero se podía ver que era de oro, un oro viejo sin color. Era lo bastante grande como para ocupar mi palma de la mano. Tenía unos dibujos extraños, parecían gráficos hindús, aztecas o de alguna de esas culturas antiguas. Sólo tenía rayas sin ningún sentido, aunque se podía apreciar que eran distintos dibujos separados. Algunos incluso parecían tener formas geométricas, otros flechas raras, y otros sin ninguna característica en especial. Vi como una cosa blanca salía por un lateral de su forma redondeada. Le di la vuelta. Era una pegatina, sucia y escrita. Le quité la tierra y la leí. No sabía que hacia allí aquella estúpida pegatina. Solamente ponía “Nº4 de Winwood”. Entonces me di cuenta. Era por eso por lo que escapaba. Yo tenía uno de los medallones de Winwood.
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