La historia de un secundario

La historia de un secundario

Marcos Perez

04/05/2017

Los mortales miraban las estrellas desde el suelo,y aunque parecían quietas en medio de la negrura, se movían en el espacio. Haciendo su camino, al igual que las hormigas, igual que los humanos. Esta es la historia de una carta, una carta que se perdió en su camino, pero que alcanzó su destino. La carta fue una avalancha de sucesos.

Salió un día desde un pequeño pueblo cerca de la frontera . Donde el Escritor plasmó en ella sus últimas palabras, y desde que lo hizo su camino fue silencio. Y al silencio se dirigió, en tranquila calma.

El receptor de la carta la llevaría por dinero, y en cierto modo ese era su destino. Viajó con ella en su caravana, cuidandola como un pequeño tesoro. Sin conocimiento de quien la había escrito, o como cambiaría eso lo que se creía escrito. Era una carta de disculpa, una carta mandada cuando un soldado va a morir.

En su camino cruzó las montañas, y bosques del país, hasta alcanzar una casa en el otro extremo de la frontera. Para cuando llegó quizá ya fuese tarde, quizá el soldado ya había caído en el polvo y el olvido. Quizá el soldado ya se había deshecho y hundido, como una carta llena de plomo en el mar.

La carta esperó, pero jamás llego al destinatario. Había muerto mucho tiempo atrás, cuando el Escritor decidía sobre el curso del mundo.

Aún así alguien encontró la carta, que ya no estaba tan desamparada. Un extraño joven encapuchado surgió del camino, desviandose de su ruta predestinada. Ya no estaba sola, y mientras el extraño la rompía, terminaba el viaje de la carta.

-Idiota, ya está muerto- dijo el extraño hombre. Su voz grave deshizo el silencio en pequeñas esquirlas.

El que se conocería como Caminante se puso en marcha y se llenó de determinación, contra viento y marea. Llegaría. La carta sería el combustible de una pequeña chispa, la esperanza. Solo tenía que caminar y llegar antes que el Escritor.

Un paso tras otro volvió al camino y se dirigió hacia la otra punta del país. Mientras caminaba veía muchas personas con sus carretas, llevando mercancía o simplemente viajando. <<Y aunque todo vaya a estallar en llamas, el mundo se mueve. Las estrellas giran y las personas viven>>. Aún no sabía que utilidad tendría él en su destino, solo era el Caminante. Algo en su interior le decía que ese era su destino, y que solo tenía que caminar.

Tras dos días sin descanso llego hasta un pueblo al pie de las montañas. La pendiente era grande, pero no inabarcable, había un camino que se alejaba del pueblo y ascendía por la montaña. Supuso que sería el camino para cruzarlas.

-¿Estás seguro de coger este camino, joven?- le dijo un barbudo y fornido hombre que custodiaba la entrada al pueblo, al intentar entrar al camino.

-¿Lleva al otro lado?- preguntó únicamente.

El barbudo hombre afirmó con la cabeza y se quedó mirando al Caminante. Este sabía que no estaba presentable, su capa estaba desgastada y llena de polvo. Pero en ella llevaba la carta que llevaría al cambio.

-Por diez monedas, puedes ir en por el paso del pueblo-le dijo.

El caminante no tenía monedas, y si el guarda hubiese sabido que eso podría salvar a sus cuatro hijos, no hubiese dudado en dejarle pasar. Pero el solo era el Caminante, un personaje secundario dentro de los hechos que se suceden. El solo vivía en otro plano.

<<Debo llegar a tiempo, no debo rendirme ni pararme. Si aún no hemos muerto todos es que aún hay tiempo, hay esperanza>>

Al principio fue fácil, solo había una esperanza, y su letra estaba estampada en la carta. Pero poco a poco se cansaba, sus piernas gritaban cuando se dio cuenta que llevaba días caminando bajo el sol y la luna. Su voluntad aún era fuerte, su deseo le movía como un motor.

Sin descanso aún siguió caminando hasta que sus piernas pararon de doler, y hubo cruzado la montaña. Aferrado a su determinación paró a descansar cuando ya tenía la convicción de que eso le haría caminar más rápido, pero estaba inquieto en sus sueños, su voluntad de fuego aún ardía en su corazón. Motivandole, cantandole nanas para acallar los susurros del miedo.

Ya había llegado al bosque tras dos días de camino. Volvía a ser de noche, pero eso no le importó, la luna iluminaba su camino y el solo caminaba. En secreto, su determinación se basaba en un hecho: <<Soy el Caminante, y mi único poder y misión es caminar. Ni la noche, ni el día ni la muerte me quitará mi camino.>>

Pasando desapercibido un lobo saltó a su encuentro, dientes afilado y garras brillantes bajo la imponente mirada de la luna. Mortal, el lobo le miró, esperando seguramente a su manada. <<No me puedo detener ahora>>, se dijo a sí mismo; En ese momento se lanzó, placó al lobo y le agarró por el cuello. Lo miró a sus ojos, furiosos, y les mostró su determinación. <<Nada en este mundo detendrá mi camino. La luna ha visto mi determinación y me da la luz para caminar, incluso sin piernas tendré brazos>>.

Y tan grande era su determinación, tanta firmeza tenía él en su mirada que el lobo hundió la cabeza, asustado. <<Un destino más necesario que el camino de los astros, ese es mi camino>>. El lobo huyó y mientras duró su camino por el bosque nada más lo volvió a molestar. De modo que siguio andando,pues descubrio que su voluntad no se había resentido, seguía firme como titanio.

Trás salir del bosque vio una explanada, y en medio de ella una gran casa. Ese era el final del camino.

Al final de su camino, tras cruzar a la inversa el que había seguido la carta habían solo dos personas sobre una alfombra de muertos. La sangre y la tierra apestaban el aire. Sobre esa alfombra ambos combatientes se batían a muerte en una bella danza mortal. Mientras las lágrimas caían del Caminante este siguió andando, cada vez más rápido. Solo las palabras del Escritor cambiarían el destino, fue entonces cuando oyó su determinación. <<Tú puedes salvarlo. Solo has de caminar, tu regalo, será darle el tiempo para hablar>>.

El último empujón de su voluntad le hizo correr mientras la balanza del duelo se quebraba y el Escritor encajaba una patada en el estómago. La espada bajó, y el cuerpo del caminante se interpuso en el sentido de la espada.El era la pieza que cambió el destino y que ni el Destino previó. Mientras el Caminante caía al suelo, y su jugo de vida llenaba la madre tierra, la carta cayó al suelo.

Decía: <<Hoy, siento la firme determinación de cambiar el mundo, y para ello he de enfrentarme al rey. Debo convencerle de su error, y cuando se lo diga me mandará matar. Pero no puedo permitir que use la bomba. La guerra será el fin de este el país. Hoy muero, y muero porque quiero que vivais.

Atentamente, tu hijo, El Escritor.>>

Solo un golpe en el piso y polvo en el aire. El rey no sabía quién era el muerto, pero su conmoción fue suficiente para que dejara de mirar solo su objetivo. Miró alrededor, escucho al mundo y a su consejero, el Escritor.

-Mi rey, si usted lanza esa bomba hoy, no logrará nada-.dijo el Escitor- El pasado desaparece mientras hablamos, y no podemos cambiar lo que ya esta hecho.

Las lágrimas y las palabras del Escritor llegaron al rey. El rey tiró su espada y, mirando al cielo, se preguntó: Lo único que podemos cambiar es el futuro, y sus resultados cambiar al capricho del Destino, ¿cómo puedo yo contradecirle?

Y entendió el camino del Caminante, ser el personaje secundario que precipitaría los hechos y contradeciría al Destino.

Y así la carta, perdida en su camino, consiguió su destino. De esto solo queda polvo y ceniza, silencio y muerte. Pero la paz está forjada de los huesos de secundarios que hacen silencio, para que otros puedan hablar.

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