Ender no entendía nada. Llevaba meses recibiendo unas cartas que contenían las confesiones más íntimas de una mujer llamada Olivia, a la que no conocía. No fueron sólo un par de cartas o tres, no. Olivia le escribía desde el 29 de septiembre de 2014 y ya era 29 de junio de 2015; casi un año leyendo la vida de una desconocida… Y la verdad es que esas cartas alegraban sus días.
La primera vez que abrió una carta de Olivia, tuvo claro que aquello no iba dirigido a él intencionadamente. Es más, la carta ni siquiera decía ‘Querido Ender’; simplemente ponía la fecha en que había sido escrita. Pensó en devolverla pero no había remitente, ni destinatario. Sólo su propia dirección en la parte posterior del sobre y el nombre de ‘Olivia’ al final de la carta. Así que decidió guardarla.
Las próximas cartas fueron parecidas, sin remitente ni destinatario. Ender las leía siempre enteras. A veces no podía parar de reír con las anécdotas de Olivia. Otras veces, le era difícil leer sin sonrojarse debido a la intimidad de las confesiones, pero siempre llegaba hasta el final.
Al cabo de unos meses, recibir cartas de Olivia se había convertido en un ritual de la vida de Ender que él abrazaba con ganas. Muchas veces se planteó buscarla; quería conocer a aquella persona cuya vida era como una montaña rusa y cuyo corazón parecía estar algo resquebrajado. Poco a poco, se había formado una idea de Olivia. No sólo la imaginaba físicamente, sino que creía conocer cada rasgo de su personalidad, sus miedos y sus deseos… aquellos deseos que ella parecía incapaz de formular en voz alta pero que pedían a gritos ser descubiertos entre las líneas de sus cartas.
13/02/2015
Madrid
Anoche me quedé a dormir en su casa otra vez.
Y estábamos allí. Abrazados. A nosotros y a nuestro miedo. Al miedo de ser dos corazones rotos que se cosen el uno al otro y que no saben si más allá de ese momento queda hilo.
Es tan terrible amar a alguien así y sentir que no vais a poder seguir escribiendo una historia común. Duele tanto dejarte ir cuando tu corazón quiere quedarse…
Pero llega un momento en que no quedan palabras, no quedan gestos, las miradas hablan solas y el nudo en la garganta es permanente. Un momento en el que sabes que luchar ya no es una opción, porque no hay fuerzas, ni pasión. Y si no hay pasión, no hay nada.
Nunca antes, estando abrazada a alguien, había sentido un vacío tan profundo. Era como si por muy fuerte que me agarrasen sus brazos, mi cuerpo no consiguiese llenar el hueco que ellos dibujaban para mí.
De repente, me sentí sola. Mi corazón se descosió por completo otra vez y tuve que deshacer el nudo de la garganta con las palabras que me ahogaban: ‘no me quedan fuerzas’.
Le besé, me recogí como pude y me saqué de su habitación. Dejé las llaves encima de la mesa y la ilusión de compartir mi vida con él también.
Y una vez más, volví a mi vida. Sola. Aunque sé que no lo estoy, aunque sé que estoy rodeada de gente con la que compartirla y disfrutarla. Pero en mi corazón, estaba sola. Volví a mi ‘rutina’ del caos, de la ausencia de toda rutina, de la inexistencia de horarios, del no parar para conseguir llenar todos los huecos que él ocupaba antes, para no escuchar el silencio por miedo a tener que escucharme a mí misma. Hasta que no pude más y me rompí por completo. Y entonces llegaron muchos días de silencio empapado en lágrimas y ahogado en gritos. Y entonces comprendí, otra vez, que sólo yo iba a sacarme de allí, que sólo yo podía quererme más que nadie y que sólo a partir de ese momento, encontraría la felicidad dentro de mí.
Así que aquí estoy, escribiendo para no callar mis pensamientos aunque eso haga mi herida más dolorosa, pero el dolor es bueno. Quiere decir que me estoy curando.
Olivia
29/03/2015
Madrid
La verdad es que no sabría ni por dónde ni cómo empezar esta carta, pero quizá esta confusión es sólo una manera más de exteriorizar el desorden interior que tú me has generado. Sí, TÚ .
Y el caso es que yo creo que somos nosotros los que tenemos el control sobre dar a alguien la capacidad de herirnos, afectarnos, ‘dolernos’ e incluso hacernos reír. Pero cuando te hacen daño siendo sólo una cría, parece que ese dolor se queda a habitar en ti, en cada milímetro de tu piel y cada duda de tu mente.
Y el control no existe.
Y ese dolor se despierta contigo cada día y espera el momento perfecto en el que aparecer y recordarte que no te han querido.
No sé si sabes, tú, ‘padre‘, que la decisión de tener un hijo es algo mucho más complejo y vital que decidir si eres más de café solo o con leche. Es comprometerse con un pequeño humano que si no recibe tu amor, crecerá para convertirse en un adulto mutilado.
Sí, mutilado, amputado… incapacitado para sentirse amado, para dejar que le amen, para creer que se lo merece. Porque, en mi caso y después de muchos años, sé que me lo merezco, aunque me lo tenga que repetir cada mañana cuando abro los ojos y me miro al espejo. Pero aun así, no siempre funciona. Y entonces el dolor de ese abandono se convierte en sufrimiento, porque no termina, porque deja de tener sentido, porque ya no te enseña nada y porque todo lo que aprendiste del dolor parece ser inútil para salvarte una vez más.
No sé si sabes o ni si quiera si entiendes lo que significa la palabra ‘abandono’. Más aún, no sé si tienes la más mínima idea de que tú abandonaste. Quizá salir por una puerta para entrar por otra y crear otra familia te pareció un gesto imperceptible, sin consecuencias; algo arbitrario. Quizá nunca pensaste que un niño al que abandonan sin motivo será un adulto que viva temiendo que nunca le elijan, porque una vez en su infancia y ofreciendo sólo amor y sonrisas, no sólo no le eligieron sino que le despreciaron y nunca le explicaron el por qué…
Aunque las explicaciones no importan, al menos no al corazón.
Olivia
10/06/2015
Dubrovnik
Hemos parado de casualidad en un recital de poesía en el puerto. Es noche de luna llena y su reflejo sobre las olas es como un centelleo continuo de luces que marcan un sendero.
Viajar me hace sentir libre, me eriza la piel, me provoca una sensación que es casi como la adrenalina de saltar en paracaídas… y entonces no puedo evitar pensar en nuestra relación y cuestionarla, porque esta distancia supone claridad.
Nuestra relación me hace sentirme enjaulada. Yo sola me meto en esa jaula, agarro los barrotes y los hago míos y no me dejo volar. Quizá debería pensar menos y actuar más. Siempre he tenido ese defecto: o soy muy impulsiva o demasiado reflexiva.
¿Realmente quiero irme de viaje con él? Quizá lo que me asusta es saber que ese viaje me enfrentaría cara a cara con la realidad, con esa realidad en la que sé que él no es lo que yo quiero; quizá es el hecho de que en el fondo de mí sé que postergo el momento de la desilusión.
Lo peor de todo es que no sé por qué me alejo de lo que de verdad quiero: dejarle… y vivirme.
(…)
Quiero despeinarme.
Quiero un amor pasional, surrealista…
Un amor que me deje sin aliento,
que me acaricie, me bese y que quiera mi pelo enredado.
Que no le importe deshacer mis nudos con sus manos
y recorrerme entera con sus dedos.
Que me desnude. Que me desnude con su voz,
que me vea el alma.
Que me vea el alma y que la abrace y que sus imperfecciones no le asusten,
sino que le inviten a descubrirme más.
Quiero un amor con garra y labios de seda,
que me abrace y que me envuelva.
Olivia
15/06/2015
Kinsale
Querida Olivia,
No tengo una dirección a la que enviar esta carta, sin embargo no puedo dejar de escribirla. Hace meses que te leo, que conozco tu vida, que me haces reír y me emocionas. Hay veces que tengo ganas de coger el teléfono y llamarte para decirte lo loca que estás, lo increíble que me pareces y lo mucho que te juzgas a veces.
Luego me doy cuenta de que tampoco tengo tu teléfono y entonces, a pesar de no conocerte, te odio un poco. Por tener esta cercanía conmigo que yo no puedo devolverte. Por conseguir que te sienta en mi vida pero no darme la oportunidad de incluirte en ella.
La primera vez que recibí una carta tuya pensé que te habías equivocado de destinatario. Leerte en aquel momento me encogió el alma. Tenías tanto dolor… Y yo sólo podía sentirme culpable por no ser capaz de entregar la carta a la persona correcta, ya que no sé quién vivió en esta casa antes de mi. Sin embargo, poco a poco, fui comprendiendo que quizá no escribes a nadie; que a lo mejor sólo escribes al viento y lo que quieres es liberarte de todas esas sensaciones que te oprimen y compartir todas las que te hacen vibrar.
Quizá yo debería hacer lo mismo con todas las cartas que te he escrito y enviarlas a ninguna parte.
Quizá, como tu has hecho conmigo, yo también consiga hacer vibrar la vida de alguien y compartir mi pensamiento con el viento.
Sólo espero, Olivia, que algo de ese viento se cruce contigo y te haga saber lo fantástica que eres.
Ender
OPINIONES Y COMENTARIOS