Esta es su historia, la historia de alguien que decide ser recordado para siempre.
Es 9 de junio del año 2027 y Tchinda, nativa de San Vicente, se convierte en el primer “trans” de la historia que asume el cargo presidencial de Cabo Verde. Mientras, Estados Unidos sigue perpetrando para el desconcierto de muchos el mandato de Trump que, tras dos candidaturas y media, ofende a China con la inauguración de la Gran Muralla Americana. En el mismo instante en el que el presidente Donald cumple su sueño, el pato Donald cumple 93 años des de su primera aparición. Ambas noticias salen por la tele; probablemente la presentadora no se daría ni cuenta, pero el haber relacionado a aquel maquiavélico personaje con un pato de dibujos animados es algo que el mismo Warhol hubiese aplaudido: “Enhorabuena muchacha, esto es casi tan inteligente como poner a Marilyn Monroe a la altura de una lata de sopa”. Tras este burdo intento de anunciar la decadencia humana con algo de gracia, Lucas, que estaba comiendo un plato de sopa en Barcelona, cae en la cuenta de que sus padres también le pusieron nombre de pato. Luego nota que se siente angosto desde hace ya un minuto y 6 segundos. Sabe que el 6 es un número perfecto porque todos sus divisores positivos acaban sumando dicha cifra, se lo habían explicado en clase o lo había leído en internet, que más daba. Ahora se siente fascinado por esa reflexión tan absurda como oportuna y decide buscarse un nombre tan perfecto como el 6, por lo que abandona su plato de sopa y se aparta un poco de la mesa para meditar. Le gustaba imaginar situaciones ficticias, algo que desde hacía un tiempo se había convertido en casi una costumbre, una forma agradable y casi adictiva de escapar de un mundo monótono y desquiciado. Esta vez, por ejemplo, fingía que alguien se había enterado de su plan y por eso le hacía una entrevista para el periódico.
- – Bueno… De entrada descarté lo de cambiarme el nombre porque me parecía una salida fácil y poco original, además de que supondría cambios en mi día a día que engrandarían mi angustia y confundirían al resto del mundo. Imagínese la reacción de Marta, la panadera: “Buenos días señorito Lucas, ¿le pongo lo mismo de siempre?” Yo ni siquiera le respondería, y de hacerlo tendría que informarle de mi cambio de identidad. Esto traería consigo miradas de incredulidad y preguntas cotillas que no verían este acto como rebelde o revolucionario sino como un motivo más para ir a visitar al psiquiatra, ¿me sigue? Esto no me conviene… Además, me resultaba muy difícil escoger un nuevo nombre: Juan, demasiado común; Dorian, suena elegante, pero demasiado raro; Jon, muy corto; Cristian, muy largo; Carlos, solo una letra más que Lucas pero ya se lo dieron a mi hermano”.
Corrió la silla hacia la mesa otra vez para poder apoyar el codo y luego sostener la cabeza en su mano izquierda, estaba inquieto. La casa permanecía en silencio, pero su mente empezaba a estar enturbiada por lo que descartó la opción de cambiar su nombre, además no era la palabra “Lucas” lo que le molestaba sino lo que había detrás de ella. Tras esta aclaración sintió que alguna parte de su cerebro se iluminaba de nuevo. No se le daba especialmente bien pintar y tampoco sabía cantar o componer sinfonías; no tenía ni idea de física y la política había dejado de importarle hacía mucho tiempo. Pero sabía escribir y se dio cuenta de que muchos habían sido recordados por ello, aunque él quería ir un paso más allá. Tenía todo lo necesario para ser un buen escritor. Lo primero, sabía escribir; alguien se lo había dicho, pero lo importante era que él así lo sentía. Lo segundo, probablemente fuera verdad que necesitaba un psiquiatra, aunque él amaba su genuina y congénita locura porque era lo que le daba las ideas más brillantes y lo que le llevaba, a menudo, a sentirse solo e incomprendido, pero especial. Y lo tercero, se sentía afortunado de estar vivo, aunque desde hacía un tiempo había desarrollado impulsos suicidas que le tenían aterrado.
Tras su reflexión, cogió papel y boli y empezó a escribir sabiendo que ahora todo sería diferente. Le contó su breve historia al mundo y firmó la obra, al final y también al principio de la misma, para que nadie más se acordara del maldito pato al pronunciar su nombre, solo de aquella hoja de papel medio arrugada que sentenciaba una nueva era para él y para el mundo del arte. Luego procedió.
Fin.
Lucas
“Así acababa mi historia, a la de ficción me refiero.
Tras ello, fui a la copistería y fotocopié el texto, escrito a mano, tantas veces como pude. Con el desarrollo de la era digital muchos comercios como este habían caído en la ruina así que intenté darle un poco de rentabilidad a aquel negocio. Además, me gustaba hacer las cosas a la antigua, encontraba cierto encanto en ello y así me aseguraba de que el golpe no fuese olvidado en menos de una hora entre millones de publicaciones en la red. Mientras la impresora hacía su trabajo pensé en cuantos planes secretos se habrían imprimido en aquellas máquinas, cuantas creaciones inesperadas habrían pasado desapercibidas para aquel pobre dependiente que siempre tenía la misma cara de aburrimiento.
Repartí las hojas por toda la ciudad junto a una instantánea que me había sacado yo mismo fingiendo haberme suicidado. Era bastante cruda; había algo en las historias oscuras que me atraía así que, ¿qué más adecuado que convertir mi muerte en una de ellas? En la foto salía mi cuerpo, desnudo; me coloqué frente a una pared con los brazos tendidos hacia los lados y puse una inscripción con sangre de cerdo en mi costillar izquierdo: “AÑO I”. Imaginé lo cómico que sería que alguien llamara al timbre. La foto la copié varias veces también, pero lo hice en mi casa. Era un proceso más lento pero a lo mejor al de la copistería esto sí le hubiese confundido un poco, así que me limité a ser paciente.
El reparto, como decía, lo hice de noche y estratégicamente para que nadie tuviese que lidiar con un muerto informando de su muerte porque esto lo echaría todo a perder, claro está. Luego me escondí y esperé. Podéis imaginaros la reacción del mundo tras el hallazgo: mi nombre se había puesto en boca de todos, lo del relato con la foto salió en las noticias, y tras visitar mi casa llena de sangre y no encontrar rastro del cadáver volví a aparecer en el telediario y en infinitos programas de salseo. He estado dos días muerto y bastante loco para todo el mundo, la verdad.
Hoy, sin embargo, me he acercado a la cadena de televisión nacional. He tenido que disfrazarme un poco para llegar hasta mi destino, pero ha merecido la pena. No quería alargarlo más, por no hacer sufrir tanto a mis padres y eso, así que una vez allí les he dado las gracias a los periodistas por haber colaborado con tanto fervor en mi experimento social, aunque por supuesto ellos no tenían ni idea de nada y han quedado atónitos. “¡Ha resucitado!” He oído gritar a un operador de cámara al que parecía haberle perturbado bastante mi reaparición; la verdad es que me ha dado un poco de pena, pero luego he entendido de que mi plan había salido perfecto. Como era de esperar he vuelto a ser noticia y bueno, ahora la gente está confundida: unos odian mi creación, los otros admiran mi osadía y califican mi trabajo de “irrepetible”, y la inmensa mayoría creen que se me va la olla. Pero hay algo que les une, ahora todos saben quién es Lucas, y creo que del pato pocos volverán a acordarse.”
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