Todo sucedió de la noche a la mañana, dejé de ser feliz con mi vida, nada la llenaba, desde que Marta se marchó.
Asustado, porque la noche anterior comenzamos a discutir. Nuestra relación se había ido apagando desde que yo empecé mi nuevo trabajo. Decía que ya no le prestaba atención suficiente, y que nuestro amor se estaba rompiendo.
La última noche que pasamos juntos la noté muy fría conmigo como si estuviese resentida. Yo me mostré también distante. No puede pegar ojo en toda la noche y decidí acercarme a ella para pedirle perdón, pero cambié de opinión y me volví a la cama.
La mañana siguiente, cuando me levanté, ella ya se había marchado. Sorprendiéndome su actitud, no la tome en cuenta. Me fui a trabajar como cada mañana, sin dar importancia a la discusión, continué como si todo se fuese a arreglar. Decidí darle tiempo.
Pasaron varios días desde que se marchó yo seguía sin darme cuenta de la realidad. Estaba muy agobiado trabajando en el dossier, sin tener tiempo ni para pensar un solo instante en dónde podría estar Marta, si en casa de su mejor amiga Marian, o en casa de su madre.
Pasaron dos días y tenía la sensación de que esta vez iba enserio lo de marcharse para siempre. Como si algo se hubiese roto en mí y entonces decidí escribirle un mensaje.
Después de escribirle me sentí más aliviado, porque me desahogué y al menos dejé una puerta abierta para ver que quería hacer ella. No obtuve respuesta y me empecé a preocupar. Comencé a inquietarme, asimilando que ya no volvería.
Decidí hablar con Marian su mejor amiga, y ver si ella podía aclararme mis dudas. Le propuse una cita para hablar -aceptó a regañadientes-. Supuse que era porque no quería hablarme de Marta. Nos vimos en una cafetería, donde solíamos ir Marta y yo.
Allí estaba sentada al fondo. Me acerqué de forma apresurada y sin saludar, agarrándole las manos, le dije: “Marian necesito saber cómo está Marta”, a lo cual ella me respondió : “Alberto, deberías empezar a pasar página”, -mi rostro lo decía todo-y le contesté: “ te entiendo perfectamente, pero no quiero dejarla escapar”, ella -con gesto triste- me miró a los ojos y me respondió de forma entrecortada: “Ya no hay marcha atrás, ella no va a volver, Alberto, creo que necesitas ayuda” ,no me dejó terminar cogiendo su bolso y marchándose de forma precipitada.
Me fui a casa para pensar en todo, estaba muy agobiado y necesitaba estar con Marta.
Miré mi teléfono durante horas y de repente llamaron a la puerta Cuando me fui asomar era Laura, una amiga. Me puse nervioso, por si coincidía con Marta.
Sin más remedio abrí la puerta, y dije: “hola, Laura, ¿qué tal? ¿qué haces por aquí?, ella respondió: “Me mandó Carlos a ver si consigo convencerte, le respondí -alterado-: “le he explicado mi situación, como me encuentro, que no sé nada de Laura. No quiero ser grosero, pero no me apetece tener visitas ahora mismo”, -atónita- respondió: “te entiendo, Alberto, pero debes comprender que me envía Carlos, y quiere ayudarte”, a lo que le contesté: “lo siento, pero mi situación personal ahora mismo es complicada”. Laura seguía parada en la puerta esperando una invitación de él para poder entrar en la casa de forma persuasiva, le insinuó sus intenciones de quedarse con él un rato, a lo que ella dijo: “¿te apetece que charlemos un rato?” él -con voz agotadora- le contestó: “Laura de verdad no es nada personal, pero no me encuentro bien”, ella desistiendo le respondió: “de acuerdo, lo he entendido, solo te pido que pases a hablar con Carlos”.
Cerró la puerta, y se dirigió hacia el ventanal del salón. Pensativo y sin saber que hacer realmente con su vida decidió marcharse unos días fuera de Madrid.
Al día siguiente por la mañana cogió un taxi y se dirigió al aeropuerto. Cuando llegó, sonó su teléfono, era María la madre de Marta, -sin vacilaciones descolgó el teléfono- y respondió: “¡María que alegría!, ¿cómo estás?, ella con tono de preocupación respondió: “Alberto, llamaba para preguntarte cómo estabas, porque hace días que no sé nada de ti, y como sé que andas muy ocupado siempre, preferí no molestarte”, titubeando y con voz entrecortada, le contesté como si no sucediera nada. Ella cortante respondió: “Alberto, debes empezar a superarlo”- no entendía nada- “¿Pero Marta te ha contado algo?”. Ella llorando me respondió: “Alberto, hijo mío, sé que es difícil aceptar que ella no volverá, y que el vacío que nos ha dejado es difícil de superarlo, pero debes seguir yendo a ver a Carlos, Laura, te ha ido a ver varias veces para que entres en razones. Me quedé en shock. De repente caí redondo al suelo y con llanto desconsolado, me vino como un deja vu del accidente, Y como discutíamos Marta y yo. “¡Marta había muerto!” gritaba como un loco. Cuando un señor se acercó a mí por la espalda y me puso su mano en mi hombro “¿se encuentra bien?”, me preguntó, a lo le respondí con la cara desencajada: “Necesito salir de aquí “, el hombre con voz calmada, me dijo: “tranquilo relájese, por favor”. Empecé a llorar a moco tendido.
Cerré los ojos, los abrí y me volvía a encontrar en una sala blanca,donde ya había estado anteriormente, frente a una ventana, con un sillón parecido al de mi casa, con Laura sentada frente a mí y Carlos mi terapeuta.
“¡No puedo aceptar la realidad!” repetía de forma insistente. Me sentía culpable. » Fue mi culpa, fue culpa mía». No podía entender cómo pudo suceder.
En ese momento deseaba estar muerto yo y no Marta.
Carlos trataba de tranquilizarme, con su mano puesta en mi hombro, aprentándola para consolarme, me pedía que le contase qué sucedió, a lo que le respondí: «Todo sucedió tan repentinamente. Marta y yo, un coche, un viaje…. Hasta que una discusión que parecía insignificante nos separó para siempre».
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