Si echo la vista atrás y trato de recordar ese día solo recuerdo que el anochecer se cernía sobre las copas de los árboles mientras mis ojos miraban sin ver una habitación ahora vacía. Pero no siempre había estado vacía, ¿o sí? Ya no sabía qué era real y qué no, solo sentía dolor. Un dolor que no era físico. ¿Puede doler el alma? ¿Acaso existe tal cosa? Miles de preguntas sin respuesta pasaban a toda velocidad por mi mente pero solo una importaba: ¿dónde estaba mi mejor amiga?
«Muerta» respondía una voz en mi cabeza.
Pero no, no podía ser verdad, no podía haberse ido. Y, sin embargo, la cama estaba vacía y la gente no paraba de repetir frases de consuelo que a mis oídos sonaban vacías. Frío, eso es lo que siento, un frío helador que me recorre las venas y congela todo a su paso.
Me acerco a la cama y recuerdo el momento en que te ingresaron, con la anorexia haciendo de las suyas en tu cuerpo. Habías sufrido un infarto y estabas muy débil, pero te prometí que íbamos a salir de esta. Juntas, como siempre.
¿Por qué no cumpliste tu parte del trato? ¿Por qué me abandonaste?
Una lágrima solitaria cae por mi mejilla al no obtener respuesta mientras me tumbo en tu cama, mi cama ahora. Sí, amiga, tú me hiciste prometer que lo intentaría y aquí estoy, frente a un plato de comida que no soy capaz de comer, preguntándome porqué tú podías rendirte y yo no.
Sopa y pollo a la plancha. De postre, manzana. No puedo, sencillamente es demasiado para mí. Pero por esa estúpida promesa estoy aquí interna y no saldré hasta que no haga un esfuerzo. Es culpa tuya. ¿Por qué siempre me convencías de todo? Cojo la cuchara y pruebo la sopa pero cuando llevo la mitad empiezo a sentir asco de mi misma.
Me tumbo en la cama de nuevo pero tu recuerdo me asalta, ni siquiera me dejas dormir tranquila. El día era soleado y tú dormías plácidamente mientras yo recuperaba la esperanza. Te habías despedido de mí la noche anterior, me habías dicho que no saldrías de esta, pero todo parecía estar bien… hasta que se torció. Tu corazón dejó de latir y aunque los médicos trataron de traerte de vuelta tú ya te habías ido. En cuestión de segundos y sin apenas hacer ruido. Y eso me cabrea, y me entristece, y me hace sentir tan confusa que ya no sé ni lo que siento. Aquí no tengo una cuchilla con la que cortarme para desahogarme así que cojo la bandeja de la comida y me dispongo a estamparla contra la pared pero en el último momento vuelvo a sentarme y empiezo a comer con furia.
Necesito salir de aquí.
Como tan deprisa que apenas soy consciente de que he terminado hasta que siento el dolor de estómago. Las náuseas me invaden y la enfermera entra justo a tiempo de llevarme al baño para que vomite. Y empiezo a reír.
¿No querían que comiese? Pues eso he hecho. Pero mi estómago no quiere y yo no puedo hacer más. Excepto seguir riendo y maldiciéndote por dejarme sola. Pero la medicación hace su efecto y me duermo, aunque en mis sueños también estás tú, reprochando mi comportamiento.
¿Para alguna vez este dolor? A veces creo que me voy a volver loca con estos sentimientos cambiantes: tan pronto te odio por irte como te extraño horriblemente. Te has llevado una parte de mí, te has llevado mis ganas de vivir, amiga… ¿Cómo se nos fue de las manos? Recuerdo que nuestra idea original solo era adelgazar un poco y ser perfectas pero ahora que lo pienso, tú siempre fuiste perfecta. Y nunca te lo dije. Y ahora lo entiendo todo: la culpa es mía, que fui una mala amiga. ¿Por qué no te dije que ya eras perfecta? Probablemente seguirías viva. O no, porque recuerdo que tú me lo dijiste a mí y no te creí, ¿me habrías creído tú? Probablemente no. Ya no sé nada, sólo quiero dormir y que esto sea una pesadilla.
Aquí pasan los días lentamente y a veces pierdo la noción del tiempo. Las palabras de los médicos resuenan en mi cabeza por más que intento acallarlas. ¡No quiero escucharlos! Me dicen que estás muerta y que la vida sigue. ¡Ya sé que estás muerta! Pero la vida no sigue, no para mí, que ha dejado de tener sentido. Miro la pulsera que nos marcaba como «princesas en camino a la perfección». ¿Princesas? ¿De qué cuento? ¿De qué perfección? No existe nada de eso. Empezó como un juego pero ya no tiene sentido, ya no quiero jugar, solo quiero que vuelvas. O dar mi vida por la tuya. ¡Me estoy volviendo loca!
He empezado a comer, aunque solo sea por salir de aquí algún día. Cada kilo que subo es como una daga clavada en mi estómago pero lo estoy intentando. Sin embargo la comida sigue sin llenar este vacío que has dejado y aunque me dicen que el tiempo todo lo cura dudo mucho que este dolor se vaya algún día. Todos dicen que debo curarme, que soy valiente por aceptar que estoy enferma. ¡Siempre supe que lo estaba! Pero no soy valiente, soy una cobarde por no haberte salvado, por haberme metido en esto. Me dijiste que te buscase en las estrellas pero te necesito y no estás, no te encuentro… Te has ido y ya nada tiene sentido.
Tras días y días de comer y no llenar el hueco que has dejado me han dado el alta, diciendo que me veían mejor. No sé ya lo que significa estar bien pero me da igual, al fin he salido, al fin soy libre… ¿y para qué? No lo sé todavía…
Ahora, sentada en el borde de este puente, el anochecer vuelve a cubrir el cielo mientras las estrellas hacen su aparición. Sostengo en mis manos una caja con tus cosas, la caja que pediste a tu madre que me diese. ¿Acaso lo tenías todo preparado? Puedo leer que la has llamado «La caja de Pandora», haciendo honor a tu nombre, ese que tanto odiabas y que a mí me encantaba. La abro y lo primero que veo es una nota en la que dice: no lo hagas, me prometiste vivir.
Río, río muy fuerte. Tal vez no me hayas abandonado del todo, eras la persona que mejor me conocía y lo sigues siendo.
Y allí, sentada al borde del abismo, me prometo no dejarme caer mientras me deshago de la pulsera que todavía adornaba mi muñeca y la contemplo perderse en las oscuras aguas del río; por ti, solo por ti, voy a intentarlo.
Viviré.
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