El olor a incienso impregnaba la habitación. Había poca luz intencionadamente, intentando crear un ambiente de misterio.
Artilugios raros y extravagantes adornaban las paredes de la sala. Claudia pasó hasta el final de la sala observándola, con cuidado de no tocar nada.
Esperó unos minutos, y cada segundo sonaba aquella voz en su cabeza
“Vete. Estás haciendo el ridículo, y te van a sacar el dinero” se repetía. “Vete. Vete. Vete. “sí, sí, me voy”
Claudia empezó a caminar hacia la puerta, pero antes de llegar a ella la puerta se abrió. Una mujer de unos 50 años entró en la habitación. Era una mujer de piel oscura, alta y delgada. En su gesto, sereno y altivo empezaban a asomar tímidamente unas ligeras arrugas, pero era hermosa, de una belleza salvaje que irradiaba seguridad en ella misma”.
- -¿Ya se va? -Preguntó la mujer. Cada palabra la pronunciaba pausada, en un tono monótono
- -Sí. – contestó Claudia- Creo que… creo que me he equivocado. Esto no es para mí.
- -Esto es para todo aquel que crea que lo necesita.
- -Yo no creo en esto. Soy una persona racional, científica. Los juegos de vudú, ouija o tarot no tienen ninguna base que los sostenga.
- -¿y qué te ha llevado a estar frente a mí hoy? Hubo un silencio en la habitación durante unos instantes hasta que la mujer intentó contestar a su propia pregunta. – Tal vez lo científico no baste. Tal vez necesite algo que no pueda explicar. Tal vez la desesperación de una situación que no puede controlar la lleve a buscar una solución que para usted se torna igual de desesperada. Dice que se va, pero sigue ahí, esperando a que yo la convenza, a que le dé la solución a su problema.
- -Lamentablemente las soluciones no caen del cielo- continuó la mujer- Hacer milagros no es mi fuerte- dijo sarcástica- y menos aún si no me cuenta cual es el problema.
- -Tanteemos el terreno con el Tarot. Veamos si puedo adivinar qué sentimiento ha hecho que sus principios científicos sean ignorados. Escoja una carta.
- -Voltee la carta. ¿Cuál es?
- -El diablo- dijo Claudia- ¡Qué alentador!
- -Fíjese en la carta. ¿Qué ve?
- -El diablo es una carta de miedo. –Explicó la mujer- Un miedo que se puede superar. Los prisioneros tiene las manos libres, señorita. Son prisioneros porque no se atreven a enfrentarse al miedo que les retiene. Eso es lo que le pasa a usted. ¿Qué tal voy? ¿Es el temor lo que le hace buscar una solución poco ortodoxa?
- -Nunca he sido una persona cobarde, pero ahora la situación no solo me compete a mí. Quizá no sepa llevar la situación esta vez, y no lo soporto. Siempre me he enfrentado a mis temores para intentar superarlos; eso es lo que te hace valiente. Tuve miedo a las alturas, y me tiré en parapente. Tuve miedo de los caballos, y terminé haciendo equitación… pero, ahora…
- -Ahora el miedo te ha paralizado ¿qué es lo que no sabes resolver?
- -Hace falta un tipo de valor especial para expresar tus sentimientos. Quizá yo carezca de ese valor, necesario para abrirse e intentar conectar con la persona que se quiere. Me da miedo sentirme expuesta, me da miedo que mis palabras se vuelvan en mi contra, que sean objeto de burla, o de cotilleo. Me da miedo el no e incluso me da miedo el sí. Me da miedo que no dependa de mí, sino de él. Odio no tener el control de la situación porque su respuesta puede marcar una diferencia muy grande en mi vida…
- -Te enfrentas a un miedo mayor que los anteriores. Tu miedo más grande es perder el control. Eso te bloquea, hace que te avergüences de tus instintos.
- -Parece tan sencillo… un problema que se soluciona solo con hablar.
- -La mayoría de los problemas se solucionan hablando, querida. Las palabras tiene un poder importante en las personas.
- -Las palabras pueden marcar la diferencia. Pueden destrozarte o pueden hacerte sentir que vuelas si las pronuncia la persona adecuada. ¿Y si él piensa que no soy la persona adecuada?
- -La respuesta en este caso no importa
- -¿Cómo que no importa?- dijo ofendida Claudia- Entonces de qué estamos hablando.
- -No te da miedo la respuesta. Te da miedo perder el control de la situación, tanto si la respuesta es sí como si es no. Incluso yo diría que te da más miedo la posibilidad de que te diga que sí. Porque supondría empezar a compartir tu vida, hacerle a él participe de algo que siempre ha sido solo tuyo y que manejabas bien sola. Te da miedo que tus sentimientos por él te hagan perder el control.
- -¿Crees que prefiero el no? Eso no tiene sentido. ¿Quién prefiere la humillación del rechazo a la posibilidad de sentirse correspondida?
- -La humillación y el rechazo son temporales. Se olvidan. Pasan de largo y te permiten seguir con tu vida tal y como la conoces. Sin cambios.
- -¿Y si quiero cambiar?
- -El cambio no depende de él. Si quieres un cambio en tu vida encontrarás la forma de tenerlo con o sin él.
- -Por eso su respuesta no importa- entendió Claudia- Solo importa el hecho de que yo venza el bloqueo. Lanzarme a hablar con él es algo que yo decido. Manejo las riendas de mi vida y no estoy dispuesta a cederlas.
- -Creo que ya sabes lo que tienes que hacer.- Dijo la mujer señalando la puerta con la mirada.
- -Gracias.
- -¿Volverás para contarme qué te dijo?- preguntó la mujer sin mirarla fijamente, mientras colocaba las cartas otra vez en la estantería.
- -¿Para qué? Si la respuesta no importa.
Claudia se removió incómoda. Una parte de ella quería quedarse, quería probar una solución que estuviera al margen de una realidad que se hacía cada vez más agobiante.
La mujer cogió una baraja de lo alto de una estantería y se la ofreció a Claudia.
Las cartas estaban boca abajo. Claudia las removió y eligió.
Claudia sujeto la carta y observó con más detalle. Dibujado en la carta había un demonio sentado en un escalón. Debajo de aquel escalón había un hombre y una mujer sentados en el suelo, desnudos, con una cadena alrededor del cuello, pero con las manos libres.
La carta del diablo incita a llegar a un acuerdo con el demonio interior. Anuncia, que si somos capaces de eliminar esa inhibición podremos crecer. Si nos estancamos, todas las fobias se acumularán en nuestro inconsciente, y no podremos prosperar.
Claudia esbozó una media sonrisa y se dirigió a la salida. Al final había encontrado una solución convincente en el lugar que menos esperaba.
Había encontrado su respuesta en una carta del Tarot. Las palabras de aquella exótica mujer habían disipado las dudas con las que entró en aquella habitación. Saldría de aquella sala decidida y dispuesta a enfrentarse al miedo.
La mujer estaba de espaldas así que Claudia no pudo verle la cara, pero supo que sonreía.
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