Me gusta tanto, que no voy a decírselo.
Sé que nunca se lo digo a nadie. Miedo al rechazo, lo llamarían. Eso de quien no arriesga no gana, pero tampoco pierde. Animo a mis amigas a arriesgarse cuando soy la primera que no lo hace. Pero yo soy yo. Sé cuanto mal puedo aguantar, cuánto dolor. La tristeza y la soledad son adictivas, pero no quiero que nadie más las pruebe, porque si alguien fuese igual que yo, que se traga todo el mal y no cuenta nada, no podría ayudarle. Igual que nadie puede ayudarme a mí. Pero a mí no me importa que no me ayuden. Sin embargo, no soportaría no poder ayudar a alguien. Ver sufrir a la gente, importante para mí o no, no entra en mis planes. Siempre intento que se sientan bien aún a costa de que yo me sienta mal.
Por eso no se lo diría ni en un millón de años. Porque hay dos caminos que podrían tomarse:
No correspondido: Él se rayaría, se sentiría mal por no poder corresponderme, no soportaría estar conmigo si eso me supone cualquier tipo de incomodidad. Resultado: adiós amistad.
Correspondido: No se tener pareja, y en el caso de que empezásemos a salir, la incapacidad de ambos de contar los problemas, intentar no molestar al otro, intentar hacer todo lo posible para que el otro esté bien pero descuidándonos a nosotros mismos. Sería un desastre. Yo me enfadaría porque él no se preocupa por si mismo lo suficiente y porque se preocupa demasiado por mi; mientras que a él le ocurriría lo mismo conmigo. Acabaríamos rompiendo y haciéndonos daño. Adiós amistad.
Un desastre todo. Así que si, prefiero tragarme mis sentimientos y vivir de migajas hasta que se me pase. Y si no se pasa, ya iremos viendo con el tiempo.
Esta noche duermo en su casa. Me las ingeniaré para dormir con él, obviamente. Ella dijo que eso me haría más daño, pero no me importa. Sé que lo lógico sería alejarse de él todo lo posible para olvidarle. Pero no quiero olvidarle. Es genial. Tan genial que me da esperanza de que quizá algún día, cuando vuelva, a lo mejor. O nunca. Pero la esperanza está ahí, porque es inevitable pensar en este tipo de cosas cuando sientes algo por alguien.
Y al dormir abrazándole, darme la vuelta y sentir que me abraza él. Es la mejor sensación que he sentido nunca. Puede no sonar muy feminista o empoderado, pero le quiero y aunque siga siendo libre, aunque siga sin tener nada claro, sé que lo que siento es real. Y cada día me parece que él empieza a entenderlo.
Me despierto, sola en su cama. Son las tantas de la madrugada y no entra mucha luz todavía. Intento volver a dormir pero sin él no puedo, no en su cama al menos. Me recorro la casa y solo encuentro un par de amigos borrachos en su sofá. Pero él no anda por ninguna parte. Salgo a la terraza y le encuentro con ella, besándose. Ella la que dijo que me dolería seguir cerca de él. Él con quien tanto había compartido en tan poco.
Un puñal atraviesa mi corazón. Un puñal metafórico y dramático, claro, pero las lágrimas y el dolor que siento son muy literales. No me ven, pero yo a ellos sí. Estaban demasiado ocupados. Cojo mis cosas y me voy sin hacer ruido. Nadie se entera.
Se me pasan mil cosas por la cabeza mientras me dirijo a casa, andando desde la otra punta de la ciudad sola. Me siento culpable por no gustarle yo. Aunque no es culpa mía y las comparaciones son odiosas. Otras mil cosas pasan por mi cabeza, todas distintas, aunque similares. Una parte de mi me repite que no les necesito, que sean felices, que tengo una vida plena y gente que me quiere y no me traiciona. ¿Pero es eso suficiente cuando la gente que quieres que te quiera no es la que te quiere? Debería serlo, porque todos tenemos algo bueno en nuestra vida, aunque sea una ínfima parte. Y yo tengo muchas más cosas buenas, más grandes y llamativas.
Pero no a él. A él le quiero en mi vida, pero tengo que tomar la decisión que no he querido tomar hasta ahora por miedo. Voy a hacerle caso a ella. A la que besaba a quien yo llevaba meses soñando besar. No tengo que conformarme con migajas, aunque realmente me valga, yo no valgo tan poco. O eso intento creer desde que tengo uso de razón.
Había sido tan egocéntrica que ni siquiera había valorado la opción de no ser correspondida y además que otra persona lo fuera. Tan metida en mis propios pensamientos y sentimientos que ni vi como se acercaba ella.
“Espero que sean felices” me repito una y otra vez mientras subo las escaleras porque hoy es uno de esos días en los que no creo que me merezca el ascensor. Llego al quinto piso y dejo de pensarlo para decirlo en voz alta.
-Espero que sean felices –repito como una autómata hasta que suena natural, porque es lo que tengo que decir, lo que tendré que decir.
Pero no es lo que pienso. No quiero que sean felices a mi costa, esta vez no, pero la ética te obliga a creer que tienes que dejarles, que no puedes hacer nada si no te ha elegido a ti. Que te aguantes y sonrías, porque son tus amigos. Y haces lo que tu conciencia te dicta, les felicitas y les sonríes. Pero por dentro empieza a surgir otra cosa, algo que no creías que pudieses sentir por alguien a quien tanto has querido. No solo por el primer amor, sino por tu amiga de la infancia, tú mejor amiga. Me pregunto si hay algo malo en mi por estar pensando estas cosas, pero si me puedo engañar a los demás y desearles que sean felices, también puedo engañarme a mí misma y creer que se me pasará.
Pasan horas sin noticias hasta que empiezo a recibir mensajes. Solo dos, y los dos enfadados por haberme ido así, sin avisar a nadie. A nadie le importa por qué me he ido.
Miro los mensajes y no los contesto. Estoy en blanco.
Él, que me abrazaba y se dormía conmigo. Ella, la persona en la que más confiaba desde hacía tanto tiempo.
Él, que había jugado conmigo. Ella, que me había mentido. La pareja perfecta.
Mis amigos.
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