Recuerdo la primera vez que apareció en mi vida. Era pequeña tan sólo tenía unos 8 años, aparentemente él parecía tímido, siempre estaba callado, ni siquiera sabía su nombre así que yo empecé a llamarlo Te.

Al principio casi no nos dirigíamos la palabra, la inocencia y la timidez de la edad nos lo impedía. A veces le oía que me hablaba pero no le escuchaba, prefería jugar a mi bola. Poco a poco no se ni como, él fue llamando mi atención y comenzamos a compartir aventuras y juegos.

La mayoría de nuestros juegos eran tontos e inocentes, ya sabes los típicos de niños, aunque nuestro juego preferido lo llamábamos “suerte”. Nos lo habíamos inventado entre los dos, aunque reconozco que Te había puesto más empeño en crear las normas, era un juego aparentemente inocente, el objetivo: atraer la buena suerte y repeler la mala.

La dinámica del juego era muy simple, se trataba de tocar un objeto un número de veces casi siempre par. Normalmente era él quién decidía las veces que tenía que tocar el objeto y la forma. Casi siempre se tenía que tocar con el dedo índice y contando en voz alta. La dificultad del juego estaba en que podíamos jugar en cualquier momento: mientras comíamos, mientras hablábamos con alguien, mientras nos duchábamos, daba igual, si estábamos juntos uno de los dos podía decir un número y que es lo que teníamos que tocar. Lo mejor era cuando pillabas al otro desprevenido. Si uno de los dos creía que el otro no lo había hecho correctamente significaba que tendría mala suerte y podría pasarle algo malo.

Cada vez jugábamos más a menudo a nuestro particular juego. En algún momento comencé a creer que podíamos atraer o repeler la suerte, y aunque no tenga sentido, empecé a tener una dependencia. De alguna forma quería creer que podía cambiar las circunstancias que me rodeaban y también la los demás, creía que por estúpido que te pueda parecer podía mejorar la vida.

Yo ni siquiera era consciente de mi dependencia, pero Te lo sabía y se aprovechaba de ello para manipularme y meterse en mi cabeza. Recuerdo que tras la muerte de mi abuelo, Te comenzó a relacionarlo con nuestro juego, decía que la culpa era nuestra porque habíamos atraído la mala suerte, y que habíamos estado jugando de manera equivocada todo este tiempo.

Yo le creí, sé que suena estúpido, pero realmente creí que era culpa nuestra, y durante años esa culpa me persiguió. No podía entender que la muerte de mi abuelo fuera parte de la ley de vida, así que simplemente pensé que yo lo había provocado, quizás fue debido a que tan sólo tenía 9 años, pero eso ya no importa.

Pasaban los años y nuestro juego seguía presente, incluso comenzamos a crear variantes cada vez con menos sentido: piezas de ropa que no podía ponerme pues atraían a la mala suerte, canciones que podían provocar la muerte de un ser querido y que evitaba a toda costa escuchar, líneas en el suelo que no podía tocar, etc.. Estas ideas absurdas comenzaron a ser importantes en mí día a día, de alguna forma para mi tenían sentido.

Así pasaron los años hasta llegar a la adolescencia… y con ella llegaron los problemas. No sé cómo fue tu pubertad pero la mía fue una mierda. Supongo que a muchos adolescentes les pasa. Es una época en que te sientes incomprendido en todas partes, te sientes solo y a la vez sientes tanto entusiasmo y energía por las cosas, que piensas que explotaras; si esto lo mezclas con problemas en casa y bullying en el colegio como en mi caso, puede convertirse en una bomba atómica.

Y así fue, en casa no era capaz de comunicarme como debía, mis padres estaban ocupados con sus respectivos trabajos como es normal, y en el colegio jugaba el papel de punching-ball. No te voy a dar detalles de los abusos que sufrí en el colegio porque no vale la pena, la cuestión es que todas esta cosas me llevaron cada vez a tener más dependencia de Te. Sentía que él era el único que me comprendía, aunque de alguna manera una pequeña voz en mi interior me decía que no me tenía que dejar llevar por él. Pero no sé si por la inconsciencia de la adolescencia o si por mi dependencia a él, seguía metida en mi círculo frustrante de juegos que con el tiempo se podría decir que acabaron siendo manías o incluso rituales.

Cada vez tenía más necesidad de seguir con nuestro juego, muchas veces al día estaba más pendiente de la suerte y de mis manías que de mi propia vida. Por aquella época empecé a repetir acciones y palabras un número de veces par, y ya no era suficiente hacerlo una vez sino que tenía que hacerlo todas las que pudiera hasta sentirme aliviada. Pensaba que de esta forma me salvaba a mi y a mis seres queridos de algo malo que nos pudiera suceder.

Obviamente el bulling y el sentirme incomprendida no me ayudaba, pues cada vez que me pasaba algo malo inmediatamente pensaba que lo había provocado yo por hacer mal el juego, y así una y otra vez me acabé metiendo en una espiral de rituales.

Y ahora, es cuando me preguntas ¿Nadie se dio cuenta? Creo que la mayoría de gente cuando veían algo que pudiera parecerles extraño lo atribuía a que era un saco de nervios, nadie ni siquiera yo, pensábamos que esto era un problema

Por aquella época Te no dejaba de repetirme que los accidentes y las cosas malas sucedían porque la gente era despistada y no revisaban las cosas, así que cuando salíamos de casa revisábamos mil veces tener las llaves, dejar las luces apagadas y por supuesto el gas, etc…

Así pasaban los años, cada vez más unida a mi juego.

Por fin, llegó la época de la selectividad, creo que para mi fue la peor en mi vida, la presión a la que estaba sometida para poder aprobar y mi dependencia a los rituales hicieron de mi un zombi que casi no podía dejar de pensar, mi mente nunca tenía un descanso. En ese entonces empecé a tener problemas de ira conmigo misma, recuerdo una tarde estando sola en casa estudiando para a la sele, llegué a mi límite. Mientras estudiaba de repente me venía a la cabeza la idea de que mi madre podía tener un accidente de camino a casa, y por eso mientras lo pensaba escribía varias veces una palabra en el folio pensando que eso evitaría que le sucedería algo, no paré de hacerlo hasta quedarme tranquila.

Esa tarde había hecho tantos rituales y repeticiones que estaba agotada, cansada de mi misma, y de Te que no paraba de decirme que no era suficiente, en un arrebato acabé tirando todo lo que había en la mesa al suelo y darme golpes contra la mesa sin parar de llorar. Cuando llegó mi madre a casa me encontró llorando en el sofá, obviamente ella no sabía que me pasaba y no cesaba de preguntarme, pero yo no era capaz de explicarle. ¿Cómo le iba a hablar de mi estúpido juego, si en realidad no tenía sentido?

Estaba claro que no podía, no podía explicarle absolutamente nada de esto, ¿Cómo se lo iba a explicar si ni siquiera yo misma sabía que me estaba pasando? Pero en realidad me moría por explicarle todo, por pedirle ayuda; la vergüenza y el miedo a ser rechazada me lo impidieron. No supe explicarme, así que mi madre atribuyó este incidente al estrés.

Gracias a ese ataque fue cuando empecé a darme cuenta que mi juego había ido más allá de mi control y que Te me estaba alejando de la realidad.

Ese año, suspendí la selectividad, supongo que no te extrañará viendo como estaba el panorama, intentando no desmoralizarme más encontré un trabajo en una tienda de ropa.

Las ganas de hacer rituales seguían, pero en el trabajo no podía hacerlo pues siempre tenía gente alrededor, obviamente alguno hacía sin que se dieran cuenta, pero la mayor parte del tiempo me la pasaba atendiendo y eso le daba un respiro a mi mente.

Apareció mi primer amor, una relación que viví con intensidad y que por suerte me hizo olvidarme por un tiempo de Te y de mis manías. Estaba tan entusiasmada con mi novio y tan metida en mi trabajo que casi no tenía tiempo para el estúpido juego. Aún así no había desaparecido del todo y en momentos de soledad o cuando me embargaba alguna inseguridad volvía a mis viejos vicios.

Pasó un año, me volví a presentar a la sele y aprobé, estaba tan feliz, no te lo puedes ni imaginar. Pero seguía teniendo dependencia de mi juego, y pronto con el estrés de la uni mis manías se volvieron a agravar, las insistencias de Te cada vez eran mayores. Yo no quería escucharle, intentaba pasar de él, pero estaba metido en mi cabeza.

Muchas veces me planteé pedir ayuda, pero no sabía ni cómo explicar todo, ¿y si pensaban que estaba loca? ¿Y si no me creían? ¿Y si se reían de mi? Y si…y si…… ese y si…. Que me ha perseguido toda mi vida, esa duda y desconfianza en mi misma que ha sido un martillo en mi cabeza constante y que me ha llevado a este maldito círculo vicioso.

Cometí el error de irme de casa, empecé a vivir en el campus universitario sola, cosa que hizo que mis manías volvieran a agravarse y como ya me había pasado anteriormente volví a ser una zombi. Mi novio por aquel entonces me dejó, no le culpo, por aquella época era complicado hablar conmigo, y ni tan siquiera le había hablado de mi problema.

Volvía a estar metida en una espiral bastante oscura, y otra vez sucedió, volví a colapsar. En pleno ataque de ansiedad decidí abusar de unas pastillas, no pienses que fue para suicidarme, fue más bien un intento desesperado de frenar mi ansiedad. Obviamente acabé en el hospital, y como es normal en estos casos me derivaron a psiquiatría.

Allí me visitó una psicóloga, con la que por fin tras años de estar encerrada en mi misma y llevar en secreto la pesada carga de mi juego se lo conté todo. Decidí que aquel era el momento de pedir ayuda, la cosa se había pasado de la raya.

Me abrí totalmente en canal, me liberé, se lo conté todo, absolutamente todo, le hablé del juego, de Te, de los rituales, de mis miedos, de mis frustraciones. Dentro de mi brotaron mil emociones que parecían una mezcla de fuegos artificiales.

Abrí los ojos, me di cuenta que Te estaba en mi cabeza, que nunca me había apoyado, formaba parte de un juego mental. Te no era real, era un mecanismo de defensa ante la realidad. Según la psicóloga su verdadero nombre es T.O.C que significa Trastorno Obsesivo Compulsivo.

Por fin ya tenía un nombre para lo que me pasaba, alguien que me entendía, una estadística de la que yo también formaba parte, hasta libros que hablaban del tema.

Al principio no dejaba de darle vueltas ¿por qué había pasado todo esto?, ¿Cómo había empezado? Pero preguntarme eso no servía nada, ni siquiera era relevante, lo realmente importante era que lo podía controlar, que podía mejorar mi calidad de vida.

Tras 5 años de lucha me dieron el alta, este verano. Eso no significa que este curada, pues este es un trastorno crónico pero al menos puedo controlarlo. Para mi Te ya no es un amigo, es más bien un vecino tocapelotas que me molesta a veces poniendo la música a todo volumen. Habrá días que lo escucharé más, o que tan sólo será un rumor como el viento, pero lo importante que he aprendido de todo esto es que hay que mantenerse fuerte.

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