Un 27 de abril

Estoy luchando contra ti, a veces me es difícil, muy difícil. Te hablo y no me escuchas, te aconsejo y a pesar de que son buenos mis argumentos optas por no tomar el camino que te muestro. Cuantas veces te he dicho ¨te lo dije¨. A veces estoy disgustada contigo y no puedo hacer nada porque el destino nos ha unido en una eternidad finita. A veces somos polos opuestos, otras almas gemelas, pero tú siempre tienes la última palabra. ¿Por qué tienes más peso que yo?, no lo comprendo, tu espíritu desenfrenado gana a mi espíritu razonable. Solo soy esa vocecita que nunca calla, pero nadie oye, muchas veces ni tú. Y cuando son pocas veces las que yo tomo el control, te deprimes y te vienes abajo. ¿Cómo voy a luchar contra ti?, si amenazas mi existencia. Te he odiado tantas veces como te he amado. A veces me pregunto si no somos dos personas completamente distintas, condicionadas a chocar como lo hace el agua contra las rocas de un acantilado. Yo, la roca firme, tú, el agua que fluctúa según el temporal, cristalina y calmada cuando todo duerme en quietud, pero turbulenta y peligrosa cuando el ambiente lo favorece. Intento controlarte, pero solo soy una roca, que te observa, incapaz de sostener tu desasosiego, porque estoy hecha de una naturaleza distinta. Una roca fría, sólida, fuerte y estable, pero tú, como el agua, cambias de temperatura a tu menester, tomas la forma que te place y solo tú puedes definirte. ¿Qué hago yo aquí? como mera observadora que contempla a su amado, solo genero discordia al intentar enjaular a un ave nacida para volar. Tengo miedo, tengo miedo de que un día tu desenfreno sea tal, que en un mal temporal me erosiones y acabes por romperme en mil fragmentos. Temerosa de fundirme en tus aguas, perderme en pequeñas partículas de roca cuyo propósito es dejarse llevar por tus deseos, para después acabar como arena en una playa olvidada. Quizás así estamos hechos, así son nuestros destinos.

Quizás soy yo la esclava tras una cárcel imaginaria trazada por ti, esperando a que tu presencia de sentido a mi existencia. ¿Dónde está mi orgullo?, tantas veces he sido pisoteada como ignorada, y me pregunto por qué sigo existiendo, por qué no has llenado tú ya, cada espacio de mi cuerpo dispuesto a ser llenado, que como agua que eres, puedes cubrir, como roca que soy, yo soy incapaz. ¿Qué hago aquí?, como un narrador omnisciente, omnipresente pero impotente, solo tú me das la palabra cuando te place. ¿Qué he hecho para que ocupes tal prestigioso lugar?, ¿la efímera vida te ha elegido a ti?, desplazándome a un lugar frío, oscuro al que solo tú sabes dónde está, para recurrir a mi cuando lo necesites. Pero una parte de ti, sabe que me necesitas, que, sin mí, nada de lo que dices o haces tendría sentido, soy el trazo de lápiz que da forma a tus dibujos, soy la delgada línea que delimita las cosas, soy el vaso de cristal que define tu forma como agua que eres. Así soy yo, una conciencia incapaz de controlar los sentimientos, como el caballo blanco de platón cuyo jinete es el caballo negro que por su fuerza arrasa, como lo hace un alud invocado por tu voz. Y solo me dejo llevar y me fundo con la nieve, perdiendo mi forma de caballo, pues el color blanco predomina como lo haces tú, que brillas aun en las noches más oscuras. Y en esas noches iluminas mi camino, aunque sé que fiarme de ti es beber un elixir adictivo, tanto que se torna veneno y quema mis venas por su paso, dejando surcos en mi piel. Surcos que recuerdan cuantas veces fui caballo blanco y la avalancha acabó consumiéndome en su inmensa blancura. ¿Pero qué hacer contigo que naciste libre?, ¿por qué culparte?, ¿quién soy yo para enjaular tan hermoso corcel azabache?, cuyos ojos vidriosos, ansiosos de vida, mirarían mi alma tirana tras unos barrotes de hielo, pues solo podría hacer tal cosa si mi alma fuese tan fría. Quien soy yo para elegir tu camino, imponer tu quietud y convertirte en una piedra insignificante que yace en un camino de grava. Mejor dejarte ser corcel y que marques huellas con tu galope por ese camino de grava y que otras piedras observen y quizás sean perturbadas, removidas de su inamovible naturaleza. Porque has nacido para dejar rastro en los caminos, para mover piedras inamovibles, para erosionar acantilados, hasta romperlos en mil pedazos, solo tú eres capaz de cambiar tu mundo reinado por el reposo y volverlo a tu placer. ¿Quién soy yo para impedir que dejes tu rastro?, que, como un niño inocente y descuidado, deja sus migas al comer un pequeño trozo de pan y sin quererlo va dejando alimento para otros seres que se cruzan con él. Pero si te dejo suelto, nos conduces a ambos a un desenlace terrible, ¿qué puedo hacer contigo? tenerte libre en mi parcela inmensa, de tal modo que no te des cuenta, pero sin quererlo lo hagas y me abandones huyendo de mí por haber querido retenerte. ¿Qué puedo hacer contigo?, dejarte a tu libre albedrío y atraparte en mi establo cuando lo considere oportuno. Prometo cuidarte, pero siento y sé, que acabarás odiándome. Y no puedo huir de ti, porque somos uno, como dos siameses, cuyo cirujano cometería el error de cambiar lo que ya somos. Una lucha constante cada día, tu locura ardiente, mi mente gélida, que solo juntas se mantienen vivas, equilibrando su temperatura para no colapsar. He intentado surcar el universo en busca de respuestas y como solo estoy hecha de ideas, a veces te traigo estrellas, los más hermosos planetas, te hago ver paraísos en un cielo imaginado para ti, así tal vez te acercas sigiloso y eres tú el que observa con ojos de corcel y escuchas las palabras que, como yo, que soy la razón, necesita oír el sentimiento.

Rocío Olivera Salazar

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