Hace cuatro años que no recibo noticias de Rubén. Te acuerdas de él, ¿verdad? Yo sí, perfectamente; la caída de sus párpados y la rigidez de su boca. Es extraño porque tengo dificultad para retener rostros en mi memoria. Aunque parezca absurdo, con frecuencia recurro al espejo para recordar con exactitud cómo es el mío y, sin embargo, puedo ver el de Rubén siempre que quiera y ninguna imprecisión en las imágenes que crea mi cabeza me señala que todo forma parte de un pasado, remoto ya, que bien podría estar olvidado. ¿Por qué somos tan incongruentes ante el presente y el pasado? Quiero decir que, de jóvenes, jamás tomé en serio a Rubén. Nunca me despertó curiosidad alguna. Suelo pecar en desconfiar de los comportamientos extremos que, de alguna u otra manera, se apartan de lo común. Como el de Rubén: ausente, solitario, silencioso… Yo le consideraba un tipo corriente empeñado en interpretar un papel más interesante que el del resto de la pandilla. Ahora el canalla de mi cerebro concentra toda su atención en el momento del día en que abro el buzón en busca de su letra redonda en alguno de los sobres.

Hace ya más de once años que nos anunció que había decidido trasladarse a Colombia. Lo dijo como si simplemente nos informara de que había perdido el bolígrafo BIC con el que siempre escribía en su libreta e iba a atravesar la mitad del mundo en su búsqueda. Le dije que le echaría de menos cuando, en realidad, consideraba ese instante como un final definitivo; el adiós a un simple compañero de paso. A veces pienso que Rubén debió de distinguir la falsedad de mis palabras y me eligió a mí como destinatario de sus cartas para hacer de lo que en ese momento dije, la verdadera realidad de mi existencia.

Te echaré de menos, Rubén.

Los remitentes de sus cartas nunca eran el mismo. Cuando recibía noticias suyas, me apresuraba a responderle de inmediato y hacerle llegar respuesta a la nueva dirección. Sin embargo se daba tanta prisa en cambiar de paradero que dudo que leyera una sola palabra mía.

No sabes lo que son las selvas, amigo –me escribía en sus primeras cartas-, o al menos yo no lo sabía hasta que decidí adentrarme en una. Una decisión así debe ser tomada tan a conciencia del riesgo (físico, emocional, pleno) que llegas al punto de dejar fuera de ti toda la parte que cualquier persona que vive en comunidad considera humana. No puedes imaginarte lo realmente cerca que estamos los hombres de los animales. De cualquiera de ellos. Trepa, descansa, descubre, aliméntate, esos palos te pueden servir de entretenimiento… Ahí está la felicidad, amigo, y el gran error del hombre.

No lograba imaginarlo de ningún modo en medio de una selva. A cualquier otro quizá, pero no a él, que siempre se mantenía impoluto y al margen de todo. Era de los que no participaban en el entorno. Rubén se limitaba a observar. Podría acercarse a una selva, o estudiarla desde un catalejo y descubrir, quizá, que lo mismo que sabe él sobre la vida lo saben a su manera cada uno de los animales que agitan las hojas de los árboles e imprimen sus huellas sobre el fango. Pero lo observaría a distancia, ¿no crees? Quizá no me hablaba de selvas ni de animales, sino que su deseo era transmitirme a través de esta metáfora la dicha que sentía. ¿O me estaría diciendo que había abandonado su actitud distante y, al fin, con casi cuarenta años se había lanzado al bando de los que participan en la vida?

Mi admiración nació y creció al mismo tiempo que una envidia inmensurable. Dejó de preocuparme el grado de realidad que contenían sus frases y me centré en las emociones que le afloraban estando lejos de sus raíces.

El gozo y la tristeza se mezclan como dos colores que, juntos, forman uno diferente. Es una sensación nueva, creo que no existe palabra para definirla. Mis pies descalzos pisan la tierra, me rodea un montón de plantas que ni siquiera soy capaz de distinguir, y no estoy solo. Por la noche descubro múltiples brillos de ojos de animales que me miran, se acercan o no, saben que estoy allí del mismo modo que yo, que no sé nada, sólo sé que estoy aquí, viviendo un momento tras otro.

Tiempo más tarde el rumbo de sus cartas se desvió. Algo se había cruzado en su tan disfrutada y equilibrada soledad. Incluso su caligrafía era diferente, menos cuidada, su contenido más directo, como si dispusiera de menos tiempo para escribirme.

Como ya te dije, en la selva nunca tengo la sensación de estar solo, pero sí de ser el único de mi especie. Ya no, estaba equivocado. He conocido a gente que vive y trabaja allí, en casas de madera escondidas y camufladas entre la vegetación. Producen cocaína que diferentes bandas traficantes recogen cada cierto tiempo. ¿Te acuerdas aquella noche, al acabar el instituto, cuando consumimos cocaína por primera vez?

No la recuerdo. De hecho, jamás he probado la cocaína. Si no me falla la memoria, lo único destacable de la última fiesta que celebramos durante la época del instituto fue que todos acabamos enrollados con alguna chica. Yo conocí a Gloria sin ni siquiera sospechar que años después se convertiría en mi mujer. Tú y Nicolás perdisteis la virginidad aquella noche, ¿no es así? Y Rubén se ligó a una rubia preciosa que jamás comprendimos por qué no quiso llevársela a la cama.

Pues no tiene nada que ver con aquélla. La de aquí es completamente distinta. Activa tu yo más sensorial y caminas sabiendo que estás caminando porque oyes el sonido de tus pies al pisar las hojas secas, sientes un aire fresco y húmedo como una mano sin huesos ni uñas que te acaricia la piel, y el pecho parece que se infla un poco más a cada suspiro. Puedo explotar de tanto que llevo dentro. Ya no existe ni el recuerdo de que un día tuviste problemas y otro día sentiste la satisfacción de ya no tenerlos. No hay nada que te haga detenerte ni un segundo en tu camino. Sólo hay presente. Estoy caminando.

Me inquietó el modo en que me describía la felicidad. Yo sólo conservo dos o tres recuerdos junto a Gloria que se pueden acercar, de cierta manera, a lo que Rubén me explicaba sobre la cocaína. Una caricia, un despertar, los nacimientos de nuestros dos hijos… pero nada tan intrigante como su tinta. Sentía, de nuevo, que lo que me contaba Rubén sobre la vida era más intenso, desconocido y verdadero que lo que yo jamás pudiera esperar de ella.

Me explicó que a medida que vas adentrándote en la selva puedes encontrar nativos que producen una cocaína más pura y perfecta.

La sensación que te provoca parece insuperable, pero luego te dicen que más adentro puedes encontrar algo aún mejor. Lo malo de todo esto es que cuanto más te acercas a lo realmente insuperable, más riesgo tienes a que te vuelen la cabeza.

Es consabido por todos que el territorio por donde se mueven las bandas narcotraficantes no es lugar seguro, pero me vuelvo a plantear: ¿Realmente me estaba hablando de cocaína? ¿Ves tú también a todas luces que no? Estas palabras, explicadas por Rubén, adoptan una visión del amor muy distante a la que nuestra experiencia pueda darnos a nosotros, atados a una ciudad y a una disciplina. Y esa libertad es lo que me fascina ahora de él y no pude comprender en su momento.

He llegado a un lugar muy cerca de los más profundos. Me han apuntado con armas pero he logrado escaparme. Ya no utilizo palabras para comunicarme. Todo es tan fácil. Todo se entiende, todo es perfecto. Un delicioso peso en el estómago te recuerda que lo que estás viviendo es real. Te ha tocado a ti. Has sido el afortunado, el elegido, el protagonista de la historia. A veces oigo disparos y significa que se han cargado a algún otro. Pero no has sido tú. Sigues en pie. Aún puedes avanzar más. Adelante. Queda recorrido por descubrir.

Pasé más tiempo imaginando el aspecto de la cocaína que junto a Gloria y a mis hijos. Podía verla con piel pálida, cabello largo y oscuro, salvaje, dura, casi animal, casi como una cascada de aguas cristalinas. Ella debía de ser alguien que sólo ante una persona como Rubén fuera capaz de abrirse el pecho en dos y dejar la puerta abierta para que caminase por dentro. Seguramente le advirtió:

«Cada vez más adentro. Cada vez más peligroso.»

¿Cómo ha logrado Rubén, que durante sus primeros treinta años apenas vivió algo interesante y se limitaba a observar nuestras vidas, nuestros amoríos, rupturas, fracasos y victorias, que ahora mi única esperanza sea su vida? ¿Este interés mío se reduce a que la distancia y un escenario exótico logran adornar los acontecimientos corrientes, o realmente notas tú también una confusa sensación entre límites y libertad? Quizá el secreto de vivir esté en partir en dos la vida y pasar una mitad aprendiendo de lo que observas a tu alrededor y la otra, viviendo lo que sabes, sin ya prestar atención a los paisajes ajenos al interior de uno mismo.

Las últimas cartas que recibí parecían de un desequilibrado incapaz de completar una frase, de alguien que une con torpeza las palabras tratando de encontrar aquélla única que no le engañe y sea fiel a lo que pretende transmitir. Leyéndolas, tenía el temor de que pasara lo que finalmente pasó y pronto dejara de enviarme noticias. Todo me indicaba que ya le quedaban pocas energías para reservar unos minutos de su tiempo en detenerse y escribirme. Parecía que el presente le reclamaba más atención. Que en su camino ya no existían piedras donde sentarse para comunicarse con su amigo, el que un día le dijo que le echaría de menos sin convicción y a día de hoy recuerda su rostro mejor que el suyo propio.

El corazón se ha escapado del pecho y late por todas partes del cuerpo. He llegado. Me pusieron un arma en la cabeza y creí que era el final. Pum. Pum. Me obligaban a parar pero no paré. Y sigo vivo. No pienso parar. Nacen de mi mano cinco dedos, pero siempre cuento diez. Cocaína fina como seda que te atraviesa el cráneo y te lo deja bien atado. Necesito más. Puedo encontrar un poco mejor. Me matarán. Late todo mi cuerpo. Late el suyo. Colecciono sus pestañas por toda mi espalda. Camino y sé que estoy caminando porque alguien me lo dice, al oído: «Estás caminando, Rubén, muy adentro.» No hace frío ni calor. Pum. Quiero que la seda me ate de los pies al cráneo.

No sé cómo explicarte el motivo de mi obsesión, amigo mío… Tú y yo tenemos una vida que vivimos de la mejor manera que logramos. Incluso te sientes feliz, a veces, y sobre todo cómodo. Pero de pronto recibes noticias de alguien que te advierte que los límites de lo que pueden aportarte la experiencia y el sentimiento están infinitamente más alejados de lo que tú creías. Y eso te frustra pero no duele, te hace feliz saberlo. Selvas, animales, cocaína, nativos y narcotraficantes. De eso no me creo ni entiendo nada, pero existe.

Existe alguien que llega a lo más profundo.

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