Ambos estaban sentados frente al fuego, esperando que los salmones que habían pescado y ensartado se cocinaran. El sol se estaba poniendo y las estrellas aparecían tímidamente en el cielo.

-Ya le va quedando poco -apreció ella animándose a hablar.

Él asintió. No solía hablar y cuando lo hacía se limitaba monosílabos.

Después de cinco años viviendo sola ya debería haberse hecho al silencio, pero el de este viajero la molestaba. Probablemente porque su silencio estaba subyugado a la soledad.

-¿Hoy vas a contarme tu historia? -le preguntó sin rodeos.

Él se limitó a mirarla brevemente con esos ojos azules que tanto le recordaban al Mar Infinito de su infancia. Un mar rodeado de una espesa mata de pelo salvaje.

-¿Para qué deseas saber eso? -respondió finalmente clavando la mirada en su pez.

-Bueno, estamos los dos solos y llevo casi dos meses cuidando de ti. Supongo que resulta interesante encontrar a un hombre al borde de la muerte, lleno de cortes, magulladuras y con una flecha atravesándole el costado.

El extraño amago una triste sonrisa.

-Más interés hay cuando le acompaña un nombre tan curioso como Atirma.

-Es un nombre propio de dónde vengo.

-Echa más leña al fuego, muchacho -le dijo la mujer mostrando una sonrisa a la que le faltaba un diente y otro estaba descascarillado-. Recorrí mucho mundo de joven y ni tu nombre ni acento soy capaz de ubicar.

-Por mucho mundo que recorrieras, jamás habrás visto la tierra que me vio nacer. Ni siquiera me creerías si te la mentara.

-¡Bah! ¿Y qué más da? Una historia es una historia. Y más cuando llevas tanto tiempo sola como yo.

Atirma callaba.

-¿Vas a agradecérselo así a la vieja Varkja? ¿Con silencio?

-Está bien. Te contaré mi historia.

-¡Uh! jo, jo -exclamó ella colocando su mullido abrigo de zorros para acomodarse. Podía intuir una historia larga e interesante. O tal vez llevaba mucho tiempo sola.

-Nací en una isla llamada Gran Canaria. Una isla que no es de este mundo. Aunque muchas diferencias no existen…

Él paró un momento a la espera de que Varkja le interrumpiera poniendo en duda la existencia de Gran Canaria o sobre que su mundo no era aquel. Pero ella lo miraba absorta. Atenta.

-Crecí en una familia pequeña y sin muchos lujos. El mayor de tres hermanos. Tenía una vida normal. Me estaba formando para ser ingeniero.

-¿Qué es un “ingerío”?

-“Ingeniero” -la corrigió-. Vendría a ser como un Sabio, alguien que sabe cómo hacer cosas, que soluciona problemas.

-¿Un mañoso?

-Algo más complicado. De donde vengo es un oficio complicado.

-Ohm. Disculpa, no te interrumpo más.

-El caso es que una noche, cuando volvía de la univer… del sitio donde aprendía el oficio -se corrigió al percatarse de una nueva duda de Varkja- una luz apareció mientras llevaba mi carro y acabé en un desierto. El Desierto de los Huesos de Polvo, descubrí que se llamaba más tarde. Después de caminar durante dos días sin agua ni comida, me encontró una caravana de esclavos.

-¿Y los caballos de tu carro? ¿Desaparecieron?

-Los carros de mi mundo se mueven solos y los llamamos coches.

-Debe de ser un mundo muy mágico -apreció ella con su destartalada sonrisa.

-Supongo -le dijo él mientras se acercaba el pez para apreciar si ya estaba hecho. Empezó a comer y ella lo siguió.

-¿Qué pasó después? -preguntó ella con la boca llena.

-Me llevaron Bäarthú y allí me vendieron a un constructor. Trabajando allí aprendí el idioma, tanto el hablado como el de los latigazos. Hasta que un día pude prever el colapso de una columna y salvé al hijo del jefe, un ricachón que quería construir un templo en honor a sus dioses.

-¿Y te premiaron?

-Estuvieron a punto matarme, pensando que había provocado el derrumbe y que pretendía dañar al niño. Pero había aprendido el idioma y pude defenderme. Después de eso, Yorkan, como se llamaba el jefe, me acogió bajo su ala y, con las semanas, me puso al cargo de su patrimonio.

-Impresionante.

-Ya lo creo. Con mis conocimientos duplique su fortuna y su fama en un año. También aproveché para averiguar cómo volver a casa.

-¿Y qué salió mal? Es decir, te encontré masacrado y al bode de la muerte. Algo pasaría.

-Su mujer, se encaprichó de mí. Me deseaba, pero yo no iba a traicionar a Yorkan de aquella manera. El rechazo de un esclavo, porque eso es lo que oficialmente era yo, hizo que fingiera una violación y Yorkan me vendió a los Círculos de Muerte.

-Así que te desecharon a las cloacas y de alguna forma acabaste aquí.

-Oh, no -dijo con una ligera carcajada-. Nunca me desecharon. No sé si lo sabrás, pero a los luchadores de los círculos de muerte, se les permite escoger su armamento- y añadió con una sonrisa maliciosa, pero irónica-, incluso fabricarlo.

-¿Hiciste armas como las de tu mundo?

-Apaños, los materiales y la técnica dejaban que desear. Pero pude escapar el tiempo suficiente hasta hacerme un nombre y una amistad. Praxedes, era un soldado caído en desgracia con una experiencia militar digna de elogio. Nos aliamos y convencí a nuestro lanista de que nos permitiera trabajar en pareja.

>>El intercambio de conocimientos técnicos y militares nos hicieron imparables. Pronto, conseguimos que los Círculos de Muerte donde luchábamos se rebosaran, lo que aumentaba las ganancias del lanista y su permisividad hacia nuestras necesidades y caprichos.

>>Seguí investigando para mejorar nuestras armas y viendo la forma de volver a casa. Y así di con alguien “accesible”.

-¿Accesible?

-Necrovigius Morack. El hechicero del Rey.

-¿Y eso para un luchador de los Círculos es accesible? -dijo ella con un sarcasmo supino.

-Ya. No solo era el hechicero del Rey, sino que como todos los hechiceros, estaba en las sombras del Rey. Pero una guerra se avecinaba y mis proezas podían ser decisivas.

>>Praxedes y yo convencimos al lanista de ofrecer nuestros servicios al Rey. Era una oportunidad perfecta para ambos. Él recuperaba su honor y titulo perdido con creces y yo tenía acceso al hechicero.

-Tu relato no deja de sorprenderme.

-Pues prepárate. Necrovigius me atendió y me tomó bajo su protección al contarle mi procedencia y juntos investigamos ampliamente ciertos temas en un quid pro cuo.

-¿Un qué?

-Yo le daba algo que él quería y él hacía lo mismo conmigo.

-Usas palabras muy raras, ingerío.

Atirma sonrió a su equivocación.

-El caso es que me fue dando puntadas de lo que necesitaba saber para volver y yo le daba conocimientos de guerra, pero también de política, química, física, filosofía. El Rey también participaba de esas conversaciones. También debo decir que le salve la vida en un atentado contra él.

-La hostia -susurró Varkja para sí.

-Sí, se creó una confianza bastante importante -le decía Atisma, mientras una sombra asomaba en su mirada, mientras la memoria miraba al pasado-. Por eso su traición fue tan grande.

-¿Necrovigius te traicionó?

-No solo a mí. Sino también al Rey.

>>Necrovigius, junto con otros hechiceros reales, habían orquestado una situación política entre cinco reinos muy tensa. Todo por hacerse con el control de los cinco tronos y llevar a cabo no sé qué profecía del Reinado Mágico y demás polladas.

-Sí, conozco la historia. Mi padre me la contó de niña. Los hechiceros antes eran más numerosos, pero se rebelaron contra los hombres para dominarlos y un héroe caído de las estrellas les hizo frente, les quitó poder y número y les esclavizó a los reyes, a los que nombró Guardianes de los Hombres.

-Sí. Eso es lo que descubrí. Y también que ese héroe volvería.

-Invocado por un traidor entre los hechiceros, cuando viera que estos resurgían de sus cenizas… ¡Tú eres el héroe de la profecía!

-Eso pensó Necrovigius. Y por eso mató al Rey, a Praxedes y a muchos otros buenos amigos… y casi lo consigue conmigo.

-Entonces debes volver y salvar el Mundo, Atirma. Ese es tu destino.

-Mira, a mí no me vengas con cosas del Destino. Llevo en este mundo casi diez años. Diez putos largos años donde me han escupido, pegado, torturado, insultado, hecho pasar hambre, me han hecho matar y hacer otras cosas horribles. Diez largos años que he estado alejado de mi familia, mis amigos y de todo cuanto conocía.

Atirma se levantó con gran enfado.

-Me importa una mierda esa profecía y esos cinco reinos, Varkja. Los hombres, tanto en tu Mundo como en el mío, están condenados a ser gobernados por los peores hombres.

>> Antes de caer al precipicio que me trajo, descubrí quién fue la persona que me invocó a este Mundo. Una hechicera llamada Naya, que ahora es una proscrita de los demás hechiceros por lo que hizo. La buscaré, la encontraré y la obligaré a llevarme de vuelta a mi Mundo. Y mataré a todos aquellos que se interpongan en mi camino.

-¿Y los inocentes?

-Yo era inocente cuando llegue.

-¿Y tus amigos? ¿Y esa traición? ¿No vas a vengarte?

-La gente que me importaba en este Mundo ya ha muerto y los que me quedaban en el mío quiero creer que aún están esperándome.

>>La traición no es lo peor que me han hecho en este Mundo.

>>Y la venganza ni me aliviará ni me devolverá a los amigos caídos.

Varkja callaba mirando al suelo mientras reflexionaba sus palabras.

-¿Por qué te importan tanto, Varkja?

Ella levantó la vista.

-Vives aquí alejada de todo y de todos. Diría que por propia elección. Porque la vida también te ha tratado con una crueldad injusta. Lo veo en tus ojos y en las marcas de golpes y latigazos. ¿Por qué?

-No lo sé -respondió con voz cansada-. Si estuviera en tu lugar iría a salvar el Mundo, Atirma. A pesar de que los dos hemos sufrido lo suficiente para odiar el Mundo y querer alejarnos de él. Pero creo que hay algo que este Mundo no me ha quitado y a ti sí.

-¿El qué?

Ella le contestó con un susurro. Un susurro tal, que solo ellos pudieron escucharlo. Y esa respuesta susurrada cuál secreto lo cambiaría todo para siempre.

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