ANA

De pequeña soñaba con salvar al mundo, incluso construyó su propia civilización para disfrazarse de «Superwoman» y acabar con el caos reinante. Era un juego inventado por su madre y que funcionaba a la perfección para que dejara la habitación recogida antes de que se le fuera de las manos. Así que podemos decir que fue su madre la que fabricó su sueño de heroína y le quitó el miedo al mundo desde muy pequeña.

Ya con unos años más y los pies más cerca de la tierra, se inclinó por estudiar medicina, era su forma de salvar al mundo poquito a poco. Pero llegaron muchas injusticias que le hicieron reflexionar sobre su trabajo y la obligación de salvar vidas a cualquier precio. Valoró si debía o no salvar al suicida que condujo 25 kilómetros drogado por la Nacional III y se había cargado a una familia entera, pensó si debía salvarle la vida a un joven de 19 años que tras un accidente de tráfico quedó tetrapléjico y con graves daños cerebrales. ¿Estaba salvando al mundo o ayudaba a la vida en su lucha con la muerte? y en el segundo caso ¿era la muerte la mala y la vida la buena?

A sus 32 años decidió dar rienda suelta a su imaginación y tras atender a las víctimas de un accidente de autobús y valorar caso por caso quien debía salvarse y quien no, en la soledad de su hogar de madrugada empezó a coserse un traje de «Superwoman». Al día siguiente no fue a trabajar.

Después de una semana sin acudir a su trabajo y sin justificarlo, desde el hospital decidieron enviarle a su casa la carta de despido. Sus compañeros insistieron en llamarla y fueron a visitarla, pero ella, dormida y esquiva por el día, no quiso atender a nadie, debía salvaguardar su nueva identidad.

Una medianoche cualquiera mientras salía de su casa enfundada en su traje de colores para patrullar por uno de los barrios más tranquilos del mundo, tres señores con trajes reflectantes le pusieron un pinchazo y la metieron en su vehículo. Parecía que por fin daban la cara los que querían que el mundo fuese un lugar peor, los que no querían que nadie salvara a nadie. La recluyeron en una habitación y la ataron a una cama mientras un señor vestido de médico la visitaba para hablarle de cosas que ella no lograba entender.

A los pocos días de estar prisionera recibió la visita de sus padres y su hermano, parece que también los tenían recluidos, ella les pidió perdón, tenía claro que era por su culpa. Su lucha contra el mal había hecho que los malos utilizaran a su familia en su contra, además les hacían decir cosas muy parecidas a las que decía el señor disfrazado de médico.

Urdió un plan para escapar y un día lo puso en marcha. Ya no la ataban cuando le traían la comida ni cuando alguien la visitaba, dejó de resistirse y eso hizo que se ganara la confianza de quienes la tenían cautiva. Así que una tarde de verano mientras la trasladaban de su habitación a la consulta del médico, a quien ya tenía identificado como el jefe de los malos, agarró una rama que llevaba viendo tiempo escondida entre unos setos y golpeó en la cabeza al enfermero que la acompañaba. Corrió hacia el edificio principal, donde había localizado la salida del recinto, y una vez allí se calmó e intentó andar con tranquilidad sin llamar la atención.

Pero parecía que los malos tenían claro quién era ella y dos tipos enormes empezaron a correr en su dirección lo que la hizo retroceder y comenzar a subir las escaleras, que advirtió como su única escapatoria. Llegó al último escalón y empujó una puerta de emergencia que la llevó hasta la azotea del edificio de tres plantas. Continuó corriendo hasta llegar a la cornisa y pudo ver la calle llena de vida que tantas veces había soñado alcanzar en los últimos meses.

Tenía que improvisar ya que los dos tipos enormes, el jefe y el hombre al que había golpeado en la cabeza estaban tras ella intentando atraparla. No podía dejarse coger, además necesitaba alcanzar su ansiada libertad. Recordó que nunca tuvo superpoderes pero que tampoco se había visto en la situación de comprobarlo, se convencía cada vez más de que si tenían tanto interés en retenerla es porque ella era especial, eso la hizo autoconvencerse de que, aun en el caso de que no pudiera volar, su fuerza de heroína le haría levantarse y poder escapar sin problemas.

Cada vez estaban más cerca y aun estando segura de que no podía pasarle nada le costaba lanzarse al vacío sin más, porque nunca lo había hecho y eso la sujetaba a la cornisa y la paralizaba. Pero se le acababa el tiempo, era ahora o nunca.

De repente se dejó caer, ya no aguantó más la presión que estaban ejerciendo sobre ella. Todavía tuvo tiempo de levantar la vista y transformar su gesto de rendición en un reto a quienes querían acabar con su vida.

Minutos más tarde se encontraba en la cama de un hospital ante un médico de vocación que debía decidir si salvar la vida a una persona diagnosticada de esquizofrenia y que a causa de una fuerte caída iba a pasar la vida tumbada en una cama y enchufada a una máquina que la ayudaría a respirar.

DANIEL Y MAR

La seguridad era algo muy importante en su vida, en este caso se centró en colocarse junto a la ventana de socorro de aquel autobús donde pasaría más de 8 horas de su vida. La ruta nocturna que atravesaba medio país era una buena opción para no perder un día viajando y eso era lo que le había convencido, ya que era capaz de dormirse en cualquier circunstancia. Una vez, de pequeño, se quedó dormido en mitad de un partido de fútbol en el que era el portero, fue el final de su carrera.

Al principio del viaje se encontraba inquieto, pero pensar que el conductor hacía esa ruta a menudo le tranquilizó y consiguió cerrar los ojos poco a poco hasta que se quedó dormido. A los pocos minutos se despertó cuando en el autobús se encendieron las luces para recoger al resto del pasaje en un pueblo cercano. Una chica morena, de pelo rizado y ojos marrones brillantes se dirigió hacia él y tras saludarle se sentó a su lado. Él le ofreció su sitio por ser gentil y porque en realidad su billete era de pasillo, pero la chica lo rechazó con amabilidad y le dijo que prefería pasillo, se sentía más segura.

A pesar de los nervios iniciales para intentar entablar alguna conversación insustancial ambos decidieron coger el sueño con fuerza y al poco tiempo se encontraron durmiendo. Un par de curvas hicieron que sus cabezas se tambaleasen y ella acabó sobre su hombro… ambos se dieron cuenta pero pensaron que el otro no se había percatado. Este pensamiento común les unió en cierto modo y terminó facilitando una postura de comodidad de la cabeza de ella sobre el hombro de él y la cabeza de él apoyada en la cabeza de ella.

Dos horas más tarde, cuando el conductor detuvo el vehículo para la parada pertinente, los dos se ruborizaron al mirarse, pero el paso de los minutos hizo que la situación acabase en carcajadas y bromas. Cuando volvieron a subir ya no había conversaciones insustanciales, la unión de sus cabezas en el anterior trayecto había hecho que todo fuese más natural. Él le pidió repetir postura y ella le dio un beso de buenas noches en la mejilla, ambos tardaron en dormirse con la sonrisa en los labios…

Cuando abrió los ojos, el blanco de la habitación le deslumbró. Su madre se lanzó a abrazarle y su padre entró corriendo al escuchar las voces de alegría. Se miró los brazos entubados y entendió que algo había fallado, las lágrimas bañadas en miedo le desbordaron. No sabía que decir, no articulaba palabras. Le explicaron que el autobús donde viajaba sufrió un accidente al salirse en una curva y que había tenido la suerte de sentarse en una de las ventanas de socorro que le hizo salir despedido del autobús sin ser aplastado.

Justo cuando iba a preguntar por el resto de supervivientes, justo cuando iba a preguntar por ella, se abrió la puerta y pudo ver sus ojos brillantes que le miraban con amor, con agradecimiento. Ambos se debían la vida.

Pocos segundos antes de que el conductor diera una cabezada, debido a la sobrecarga de trabajo. Él la rodeó a ella con su brazo y ella le correspondió. Abrazados salieron disparados por la ventana de socorro y él amortiguó la caída con su cuerpo. Ella le mantuvo con vida y avisó a las ambulancias. La mujer que le atendió les tranquilizó les dijo que no se preocuparan que ella estaba allí para salvar al mundo.

SERGIO Y LUCÍA

Suaves eran sus dedos al tocarla cada mañana, al acariciar su mejilla suave cuando la dejaba bajo las suaves sábanas de la cama común. Cada día el mismo ritual convertía la rutina en amor, ni las discusiones nocturnas paraban el ritmo suave del amanecer.

Era abril cuando el viento empujó la tormenta a su ciudad e hizo que las calles se inundaran. Era abril cuando no pudo salir de casa y tuvo la oportunidad de volver a su lado sin tenerlo planeado. Era abril cuando el viento y el agua bailaban con rabia mientras ellos lo hacían con suavidad. La mañana pasó en un suspiro y los suspiros volaban.

Se escondieron y se mostraron, se dejaron llevar.

Suaves eran los besos al recibirla cada tarde, no se besaban en la boca, pero tampoco en la mejilla. Era un beso suave en la comisura de los labios, besando la arruga dejada con la sonrisa del otro. Suavemente se agarraban la mano y él le mostraba lo que había preparado para cenar.

Era octubre y comenzaron a perderse, se perdió la suavidad. Era octubre cuando se empezaron a separar obligados por la áspera realidad.

Como cada dos días llegaba a casa a deshora, no la encontraba al llegar ni la sentía marchar. Compartían un frío colchón de noches frías, de sábanas cada vez menos suaves. Los dos se sentían incómodos al verse cada 15 días, perdieron el ritmo del amor. Las caricias ya no eran suaves.

Era marzo cuando, tras meses de frialdad, él decidió recuperar la suavidad. Ella lo sabía y deseaba que llegará de nuevo abril y la tormenta les escondiera en un suspiro, la tocaba con la punta de los dedos.

La impaciencia no es suave, la impaciencia es el papel de lija de la vida. Te consume, no te deja pensar, no te deja dormir… La impaciencia envuelve el deseo en obsesión.

Recibía a cada pasajero con una sonrisa como cada noche, pero sabía que esa era la última sonrisa para ellos, su decisión estaba tomada, por fin recuperaría la suavidad. Cada kilómetro era un paso hacia la felicidad que retaba a la impaciencia.

La noche se alarga en los párpados de la impaciencia y se nota en el alma. La alerta se disipa en la duda de lo que está por venir… eso no es suave.

Todavía era marzo cuando bajó la guardia y convirtió su vida en aire. Era marzo cuando ella amaneció esperanzada y sucumbió al terrible destino que convirtió su vida en humo. Perdió la mirada en el mismo instante que colgó el teléfono, la casa de ambos se llenó de sombras que jamás se fueron.

El tiempo no lo cura todo, como tampoco curó el cáncer que provocó la frialdad y desencadenó la ausencia que la corrompía. Finalmente cerró los ojos envuelta en suavidad y con la sonrisa en los labios sintió el beso que tantas tardes había recibido.

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