Recuerdo muy bien ese día. Desperté y todo se sentía tan tranquilo… me levanté de la cama y abrí las cortinas de mi balcón. El paisaje estaba más hermoso que nunca y me sentí alegre en una forma que llena el alma… llegaron entonces a mí recuerdos de los mejores momentos de mi vida, momentos en los cuales me había sentido de esa forma… así que ahí estaba yo, haciendo un recuento de todo lo que había vivido hasta ese momento, y sentirme así me lanzó al borde de un llanto lleno de felicidad. No porque todo hubiera sido perfecto, sino porque a pesar de las cosas malas quedó lo bueno.
Sí, tuve una gran juventud, llena de emociones únicas y anécdotas invaluables… al pensar esto, me di cuenta; ya no era un jovencito. Claro, a los sesenta años no podía negar más la verdad, esa que me gritaba el espejo al pararme frente a él… podía evidenciar como se habían pintado las experiencias en mi cuerpo; unas arrugadas, otras como hilos blancos y por lo demás, manchas claras y oscuras sobre mi piel. También notaba con resignación como empezaba a pausarme por más que quise evitarlo. Tenía que aceptarlo, ya no bailaba, ni corría, ni hacia el amor como antes.
Acepté entonces que era el momento de dejar de ser el protagonista de la historia para pasar a ser un extra o simplemente un espectador… ya había conocido muchas personas, a algunas las había amado, otras me rompieron el corazón y unas cuantas sufrieron por mi culpa… me engañaron y también engañé. En el camino, unos amigos se convirtieron en desconocidos y otros en hermanos y hermanas, pero ya fueran por buenas razones o malas, todos se convirtieron en recuerdos vividos que eran irrefutablemente parte del pasado; sí, mis romances épicos y las inolvidables aventuras eran el pasado. Ahora el turno sería para mis hijos y sus hijos, mis nietos; tan nuevos en esto de vivir…
Pasados los setenta tenía una que otra enfermedad molesta, como cualquier viejo. A mi parecer, nada de qué preocuparse, pero mis hijos se esmeraban en hacerme sentir como un bebé como esos bebes que yo había criado alguna vez. Ya habían perdido a su madre así que se concentraban en mí. Pero no se sentía bien; los bebes no saben gran cosa sobre el mundo que les rodea y no se pueden avergonzar de su dependencia, pues, ni siquiera saben cómo se siente la vergüenza, en cambio yo…
A los ochenta ya sabía lo que me esperaba, aquello al final del camino de todo ser viviente, y como una vaca que aguarda el día que será llevada al matadero, me senté a esperar mi destino… sentía que había tenido una gran vida y casi lo esperaba con el placer de la satisfacción. Pero, siguieron pasando los años y de repente tenía noventa. Ya hasta me habían planeado todo el funeral, pero en vano porque varios años después yo aún seguía ahí, preguntándome que hacia todavía sobre la faz de la tierra… sentía que llevaba media vida esperando el final de esta y ya era hora. Ay, hasta qué punto llegue a engañarme a mí mismo con mi vejez, que casi podía sentir como todo un siglo se preparaba para aplastarme de una buena vez con todo su peso… ¡y sin embargo no llegaba el golpe! No, el destino de todo hombre se negaba a tocar mi puerta. En medio de mi ridícula espera llegue a preguntarme, casi en un delirio, si quizá lo que el destino esperaba era un descuido de mi parte para poder tomarme por sorpresa. Quizá entre más esperas la muerte, menos acudirá a ti…
Cuando murió el ultimo de mis hermanos mayores, me percaté de que todos aquellos mayores que yo, habían muerto… es increíble como pasas de ser el más joven a ser el más viejo, que cosa más natural, pero de todas formas increíble a mi parecer. Fue cuestión de un par de décadas más para que las garras de mi desgracia alcanzaran a mis hijos y sobrinos, que se iban despidiendo uno tras otro… en cada funeral había menos y menos familiares. Y en cada funeral me sentía ahogado en la pena de pensar que debía haber sido yo, no ellos. No tan jóvenes…
Las muertes se detuvieron unos años, durante los cuales me dedicaba con cariño a ver crecer a mis huérfanos nietos y sus primos, me entristecía pensar si el siguiente seria yo o uno de ellos. Pensaba también en lo grandes que ya eran y como eran la viva imagen de mis hijos, pero a su manera… hubo un momento en el que estaban todos reunidos, hablando y riendo tanto que casi no parecían rodeados por la muerte… habría sido el hombre más afortunado del mundo si esa hubiera sido la última imagen que hubiera visto en mi vida, pero por supuesto no lo fue. Porque… ¿Por qué habría de ser yo el hombre más afortunado del mundo?
Pero era inútil pensar en todo eso porque más tarde, ellos también se me adelantaron… y fue cuando desesperé, lo estaba perdiendo todo. Entré en depresión, y aunque habían aún varias caras conocidas, ya no tenía familia…
Más adelante, después de que desapareciera hasta el último de esos rostros que apenas conocía o simplemente distinguía de lejos, podía estar seguro… estaba solo y solo hablaba entre un día y otro; nadaba en un mar de monólogos. Llegué a la conclusión de que quizá era la tristeza y no el destino quien debía matarme, y cuando esta tampoco se dignó a acabar conmigo, entré en una espesa niebla suicida. Antes mantenía la idea de que toda mi familia me esperaba en el cielo y hasta entonces temía que el suicidio alejara mi alma de las de ellos. Creo que aquello que le hizo falta a todas las personas que se han suicidado, fue alguien que les recordara lo bueno de la vida, alguien que les convenciera de que aún había algo, por mínimo que fuera, por lo cual vale la pena vivir… pero yo ya no tenía a nadie que pudiera ser ese alguien. Evité el impulso por varios años, hasta que dejó de importarme mi alma y lo hice… o bueno, lo intenté… dios, vaya que lo intenté. En los primeros fracasos creí que de alguna manera el miedo que no sentía estaba interfiriendo, o que era tan perdedor que ni siquiera podía matarme bien. Finalmente, luego de fracasar completamente en mis intentos por darle un descanso a mi ser, me convencí de que la misma fuerza macabra que mató a todos los que amaba, me mantenía con vida…
Mucho después, el peso del tiempo sobre los recuerdos de mi vieja vida los fue reduciendo año tras año de tal modo que me permitió sanar el dolor y dejar de anhelar la muerte lo suficiente como para sentir que volvía a vivir, como si hubiera renacido en medio de una época diferente con gente totalmente nueva. Me había cansado de estar muerto en vida, extrañaba tantas cosas. Así que me quise dar una segunda oportunidad para permitirme sentir alegría de nuevo, después de todo, hay recuerdos tan lejanos que parecen de otras vidas…
Fue poco lo que duró la alegría de mi renacer o al menos así me lo pareció después de tantos años de pena, porque nuevamente, cada persona que conocí, cuidé o amé, cada una se marchó antes que yo. Fue como si ese destino macabro me saltara en frente justo cuando lo estaba empezando a olvidar, y me abofeteara tirando lejos toda la felicidad que sentía en esa nueva oportunidad que tenía para sentirme vivo… era una locura, pero simplemente estaba atrapado en una pesadilla repetitiva, infestada de muerte y dolor.
Llegue a un punto en que mis ojos se nublaron tanto de sentimientos oscuros que el tiempo pasaba sin que lo notara, perdí la cuenta de mis años y con ella, la de los que pasaron antes de que me volviera a importar. Durante los siguientes cientos de años me dediqué a observar, indiferente al tiempo y a los sentimientos, solo dejaba que todo pasara frente a mis ojos sin entrometerme en nada ni involucrarme con nadie. Ya no quería sentir, no, ya no más… y sin embargo no podía evitar torturarme al recordar los rostros de todos aquellos que murieron porque cometí el error de amarlos, todos los que me dejaron para jamás regresar. No pienso volver a cometer ese error, así viva para siempre.
Pero eso no es lo único que me atormenta, una de las cosas que me hacen sentir aún más desgraciado es que la inmortalidad; algo que tantas personas habían deseado con desesperación… para mí, ha resultado ser una secuencia interminable de dolor que desencadenó en un único deseo, que es morir. Quizá otros hubieran aprovechado mucho más esta vida tan larga. Yo en cambio, siento que he vivido todos estos siglos sin una verdadera razón… en lugar de sentirme como un dios, me siento como un ser despreciable. No entiendo porque alguien desearía la inmortalidad… para mí, la inmortalidad es lo único peor que vivir más de cien años.
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