A un paso de poner punto y final a la obra, pudo ver la eternidad del tiempo, cómo se pueden convertir en templo segundos y recrear películas resumidas en un veraz pestañear. La paz se alcanza, ya sea siendo lanza a la espera de su víctima o en la íntima relación de aceleración y fuerza en un acto contra la gravedad. Es verdad que estuvo años meditando la decisión, y ahora casi resuelta con la vista puesta en gotas de sudor atrapadas por tierra y piedra, secándose al sol, veía su resumen.

La mañana se había vuelto eterna, como lógica a estar en vela con la luna y ver amanecer entre el frío por la altura y la humedad del rocío, con la mirada al vacío susurraba cada letra inventada cambiando melodía, velocidad, queriendo encontrar el mejor resultado a ese enmarañado sentimiento complejo, tal y como se sentía, un niño viejo viendo en el espejo al adulto, un bulto entre millones con sus reacciones únicas, al fin y al cabo… música.

Gastó lágrimas, risas y dudas. Ahora con la decisión tomada y en la fecha señalada sólo se requería la poesía del instante, delante con lo eterno y atrás con la rutina. En la retina el paisaje quedaba resumido por azul, aire y océano, con destellos por día despejado y pardos bajos terminando el cuadro. No había fallo en ello, era lugar exacto, casi perfecto, dando honor al tacto y resto de sentidos. El sitio elegido para el pacto no admitía discusión ni versión o sucedáneo.

Ya sin el torrente de ideas y emociones porque la adrenalina cesaba, la respiración hinchaba su diafragma, sin nadie que pudiera comprobarlo, con toda su capacidad al uso. Recluso de su cuerpo, preso de sistema, reo del recreo entre el vicio de bien y mal, saturado por la costumbre, eclipsado por el pasado, desgastado sin futuro, con duro presente ardiente perpetrado. Con un sólo paso todo al concluso resultado. Volar sin alas.

Por qué no le permitían ser dueño de su vida, del final de la misma, si fallando perdería la potestad de su consciencia, recluso bajo burocracia de ladrillo y medicación, además de tachado con locura. Por qué la cantidad tenía prioridad sobre la realidad, o discernir sobre la misma entre hipocresía y la cortante doble moral retorciéndose por la masa. Por qué se ofrece un destino una vez nace sin derecho a cambio. Por qué sólo elegir, por qué no dejar crear, ser y volar sin alas.

El vértigo daba como un látigo lacerando miedo, sangrando culpa y supurando arrepentimiento. Tan tétrico como teatro en un cementerio, redundando en muertos para entretener a vivos, medio zombies para dejar de serlos. Tanto como llamarlo parodia o comedia daba poca alegría o más bien ninguna el encuentro de estas emociones en su pecho, que al rato de dilucidar creyó en mente, un alma en el cerebro que imagina su amor en un corazón, su emoción en las tripas, su placer en el sexo, advertido de que el magnetismo y la química sean los causantes de todo tras una oscuridad, rosa y gris, donde los colores no se diferencia por noche eterna. Tanta poesía profusa que late por dejar de palpitar, como contradicción suprema.

A un paso se habían hecho puntos suspensivos, fluía satisfacción y relax penetrando por cada poro, haciendo coro y remolino en su interior, sacando suspiros como resultado. Las pupilas dilatando su grandeza empezaban a sentir el peso de aire en contra, la piel vuelta alfombra, y la sombra que antes inmensa comenzaba a hacerse tensa, ensamblando sus trozos hasta su desaparición. Sólo unos segundos, solo en lo profundo, miraba el mundo y se despedía de él, con los labios girando por su extremos hacia los ojos, con la visión de un eterno zejel.

Tan relativo como un punto de vista, la vista del cielo se volvía suelo, la de la tierra noria, haciendo espiral de la historia sin película que se rodara en su mente, tan sólo el presente fugaz con magia desbordante de final para no llevar gloria. Sin mensaje para la posteridad o despedida grabada, el cuerpo giraba y la mente no, el estómago palpitaba y corazón como un yo-yo, entre estar, ser y no hacer nada. Tan dispar como el tres para medir decisiones, tan locuaz como incomprensible en sus acciones, pero ya daba igual.

Había abandonado meses atrás la esperanza, motivaciones y excusas para que no hicieran de blusa por secar tendida en el tedio. Tenía tomada decisión y plena convicción hasta el punto de sentir su sonrisa reflejada, hendida en el subconsciente, perpetrada en los sueños, levitando en su día a día y medida junto a los quehaceres cotidianos, como si lo viese en las líneas de sus manos, en el horóscopo de su fecha, número de su signo, color de su destino, camino con meta que atravesar.

No hay demora ni espera para quien decidió, sólo el disfrute de los momentos que sucedan, sin expectativas, los sentidos daban tonalidades de colores, fragancia de cada olor, vellos de punta al tacto, ópera de viento a los oídos y en la lengua una vida entera desplegaba un amargo sabor.

Todo en la oscuridad absoluta, un silencio eterno sin pausa, no hay modo de explicar lo que no se siente, no hay mordisco sin diente, sabor sin lengua y terminación nerviosa que alertar. Un cuadro alborotado de lo que fue se mezcla con piedras y tierra, al fondo como horizonte sigue sin nubes y calma mar. Granate secando al sol de mediodía. Un paso que no dará lugar a más. Cuando todo con él se empieza aquí termina, disemina con acuarelas lo que con óleo y plástica brilló al sol. No habrá pena guardada en los bolsillos, ni felicidad en el tintero de su corazón.

El dolor cayó como jarro de agua fría en pleno mes de agosto tras horas tumbado en la playa, no existe fakir capaz de aguantar tal cama de púas clavando cada nervio en la piel. La resistencia de la vida hizo de las suyas, o tal vez la pereza de la muerte por ir a visitar. En todo caso, ese frasco seguía conectado pero deshecho. Fracturas necesitando costuras. Incapaz de moverse creció el odio y la ira, confundido por saber que la altura era más que suficiente y adecuada para que ya no sintiera nada, pero si lo hacía. Yacía en el suelo sin morir, otra contradicción en su visión nublada. Esperaba un colapso rápido para que no lo encontraran así, aún con posibilidades. A un milímetro de su deseo tras más de cien metros de caída, a un destello después de miles de amaneceres. Por suerte o desgracia, según y depende, el que pende ya cumplió. Con una nota no escrita, melodía no cantada, sin plumas pudo volar sin alas y murió.

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