Era agosto, quizás septiembre, cuando la duda y el rencor entraron por la ventana de aquella habitación todavía sin amueblar. El viento removió el polvo, y de paso, también la conciencia y el alma de una triste sombra. La realidad se había impuesto, algunos sueños quedaron enterrados para siempre. Esas ilusiones vagas de felicidad que ya ni se molestaba en buscar. La culpa era suya y lo sabía. “Tú sola te has hecho esto” le gritaba la almohada. “¿No querías ser perfecta?”.
Siempre cuidando cada palabra que salía de su boca, tan distante con el resto del mundo y con el miedo embriagando cada poro de su frágil y sintética piel. “No vaya a ser que en un descuido sientas algo”. Sabía como torturarla, hacerle perder el poco sentido que le quedaba.
De vez en cuando la maldecía para intentar acallarla, aunque siempre resultaba una mala idea, pues regresaba con más fuerza. Se dejaba la garganta, rasgaba las cuerdas vocales como si de una triste guitarra sin afinar se tratará.
Estaba loca, a esa conclusión había llegado con el tiempo. Miraba a las paredes con los ojos hinchados y perdidos en busca de alguna respuesta. Como si pudieran ayudarla, como si pudieran sacarla de aquel infierno.
“Hoy no, ni lo intentes”. Le recordaba su querida y fiel sombra interior, esa bruma que ya formaba parte de ella, y así, volvía a agachar la cabeza y a esconderla, entre la maraña de pelo en la que se había convertido su melena.
Prometió que jamás volverían a hacerle daño, juró permanecer sola y ahogada en el abismo más profundo. Ya poco quedaba de la chica cuyo nombre empezaba por “B”, se estaba convirtiendo en un ser carente de emociones. Demasiados fantasmas en un espacio tan cerrado, apenas unos cuantos metros cuadrados en los que predominaba la nostalgia.
Y recordaba, la chica cuyo nombre empezaba por “B”, se dedicaba a recordar el instante exacto en el que comenzó todo. No era un día especial, ni para bien ni para mal. El típico día en el que te levantas, y mientras esperas el cálido abrazo de un café recién hecho, controlas el paso de las agujas del reloj.
Tal vez eso marcó la diferencia. Ese día el tiempo parecía ir más lento de lo normal, se mostraba rezagado sin motivo alguno. De alguna forma parecía carecer de sentido, y sin embargo si que lo tenia. De la nada, la chica cuyo nombre comenzaba por “B” comenzó a contemplar la taza que sostenía entre las manos y temblorosa se la acercó a los labios. Estaba recelosa, aunque permitió que aquella bebida oscura y abrasadora se deslizara por su garganta.
Tan amargo era su sabor que acabó por escupirlo. La mancha en su camisa meticulosamente planchada le arrancó un gruñido de rabia. No tenia tiempo de cambiarse, y además, debía convivir con aquel nudo en el estómago que no la había dejado dormir en toda la noche.
Al salir a la calle, la cosa empeoró. Por algún extraño motivo todos a su alrededor parecían pertenecer a una realidad completamente distinta a la suya. Padres sonrientes llevando a sus preciosos e ideales hijos de la mano, parejas acarameladas con ansias de demostrar al mundo que son la excepción al desastre y tiernos ancianos paseando años dorados. Y luego estaba ella, solitaria, sin encontrar un hueco donde encajar dentro de aquel perfecto engranaje ya ensamblado.
La más cruel de las verdades se le presentaba de golpe y sin anestesia. No encajaba, y por tanto no era suficiente para los demás. Debía cambiar aún si saber por qué.
Fue su desesperación la que erróneamente la llevo a acudir a la sombra. Si, esa sombra. La voz incesante que comenzó a cobrar vida dentro de su cabeza y dio lugar al efecto dominó de la autodestrucción. El comportamiento de la chica cuyo nombre empezaba por “B” se volvía más errático por momentos: Deambulaba como un fantasma, hablaba cuando tenia que hablar, callaba cuando así convenía.
Perdió su propia identidad tratando de mostrarse como alguien en el que ni siquiera se reconocía y mientras tanto el nudo que la aprisionaba no hacía más que agrandarse.
La primera vez que sintió que le faltaba el aire, decidió salir corriendo hacia la ventana y la abrió de par en par. No la alivió en absoluto, la angustia era su nueva compañera. Dormir era cosa del pasado. ¿Para qué, si la pesadilla era tan vívida que ni siquiera había necesidad de cerrar los ojos?. Qué herida tan profunda, cuanto silencio enterrado en unos ojos que antes solían brillar, o al menos eso decían aquellos que juraban conocerla. “¿Quién te ha hecho esto?”, le solían preguntar. “Has cambiado, joder”, le repetían una y otra vez.
Y así era. ¿Quién había usurpado su lugar?. La extraña del espejo le devolvía infame y despiadada las muecas de sufrimiento. Ojeras que empañaban una mirada llena de fuerza y vida, la mirada de caramelo que a tantos había atrapado. Los labios finos y suaves ahora sellados en una mueca agrietada. El tono pálido e inamovible de unas mejillas que la delataban con ese característico rubor suyo ante cualquier situación inapropiada.
Lloró al contemplarse, lloró más que en toda su vida, y después tragó sin contemplaciones dos píldoras amarillentas a las que el médico insistía en llamar “ansiolíticos”. Así era como supuestamente debía esfumarse todo: el dolor, el odio, la rabia, el temor..
Cuando desapareció nadie se mostró sorprendido, en cierto modo se lo esperaban. La chica cuyo nombre empezaba por “B” había perdido tanto por el camino, que ni siquiera se permitía pensar en ello. Tampoco le importaba perderlo, al menos hasta que le conoció.
El único que tuvo el coraje o la valentía de acercarse a aquella casa perdida en medio de la nada y llamar a la puerta, la puerta de su corazón.
En un principio todo resulto demasiado confuso, la chica cuyo nombre empezaba por “B” no estaba lista para el contacto humano, ni siquiera para mantener una triste conversación. Se encontraba tan desgastada como la única vela con la que se alumbraba a diario.
-¿Qué haces aquí?. Esta casa se esta cayendo a pedazos. -Ella tan solo le dedicó un severo escrutinio, incapaz de descifrar sus intenciones. El permaneció impasible sin moverse ni un ápice.
-¿Y bien?. -La presionó.
-Es una metáfora de mi vida, supongo. -Se animó a responderle ella de forma escueta. La reacción del intruso la tomó completamente por sorpresa. De todo aquello que cabía esperar, que la apartará a un lado para adentrarse en lo que era ya su vieja casa abandonada, la pillo completamente desprevenida.
Nerviosa le siguió y se sentó junto a él en el suelo de lo que podría considerarse un dormitorio completamente vacío y lúgubre, salvo por la presencia de dos completos desconocidos, y la luz de una vela.
-¿Por qué?. -Se animó a susurrarle al oido. No comprendía que hacia allí.
-Porque nadie decide auto-castigarse de esta forma sin un buen motivo.
Ella bajó la vista sin poder detener las lágrimas que comenzaron a inundarle el rostro. El no dijo nada más, tan solo tomó sus manos entre las suyas y las besó. No se necesitaba más magia que aquella para conseguir sanar un alma despedazada y agónica.
-Todos en algún momento nos dejamos llevar por las dudas buscando una respuesta que nunca llega, por eso la mayor parte de las veces terminamos hundidos en la miseria. Forma parte de la vida, sin embargo depende de uno mismo salir a flote. Nadie puede salvarte si tú no quieres. La cuestión es: ¿Quieres?.
La chica cuyo nombre empezaba por “B” tembló, a la par que un escalofrío la recorría dejándola helada. Nunca imaginó que alguien pudiera llegar a comprender como se sentía, lo vacía que estaba. Ese vacío presente cuando descubres que no te queda nada más por dar, simple y llanamente porque otros se han encargado de llevárselo todo. No es fácil olvidar por mucho que digan, y menos cuando la soledad se adueña irónica, fría e implacable de tu alma.
El limbo de emociones en el que vivía sumida, alcanzó de súbito su punto más álgido y ya no hubo marcha atrás. Se lanzó a besar al desconocido que acaba de irrumpir en su tormento. El no respondió inmediatamente al beso, sino que permaneció durante lo que se convirtió en una eternidad rozando sus labios amortiguados, tal vez buscando despertarlos.
Y ocurrió, el beso despertó a la chica cuyo nombre empezaba por “B” para hundirla todavía más en la miseria. Asustada se apartó del joven que trataba de vislumbrarla gracias a la suave luz de la vela, una tarea casi imposible puesto que la noche ya había caído sumiendo todo en una siniestra oscuridad.
-No tengas miedo a sentir. -Le imploró. Pera ya era tarde, ella se había marchado apagando a su paso la suave llama.
Nadie volvió a verla jamás, aunque su sombra permaneció por siempre atrapada en una casa derruida, meciéndose con la suave brisa del viento, y lamentándose por aquello que pudo ser y no fue. Así son las marcas del pasado que dejan cicatrices imborrables. Así era la chica cuyo nombre empezaba por “B”, la que jamás encontró un sitio donde descansar, la que jamás fue suficiente para los demás.
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