Su barba y su melena expuestas al viento me dicen demasiado sobre mi propio futuro. Me abraza. Noto cada arista de su cuerpo contra mí, sus omoplatos bajo su piel tostada y seca por el sol. Llora de felicidad, pero está tan débil que temo romperlo. Cae entre mis manos como un saco de huesos, desmayándose tras el esfuerzo de correr al ver el aeroplano aterrizando en su playa. Lo tumbo y me veo en él, y deseo que no despierte. No sé cómo decirle que no es un rescate sino un aterrizaje de emergencia.

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