Su barba y su melena expuestas al viento mientras pedaleaba sin parar.
Anochecía ya. Como cada día, cerró los ojos y se dejó llevar. Pronto llegaría al Tourmalet y escucharía el griterío de la multitud.
Sin embargo, sólo oyó un tímido aplauso y un “¡ánimo, campeón!», entre risas. Se encontró solo otra vez.
Abrió los ojos y no vio a nadie en los balcones de enfrente. Plegó la bicicleta, la dejó en un rincón de la terraza y entró en la casa.
– ¿Qué tal ha ido?
– Ya apenas aplauden.
– Cariño, hace una semana que acabó el confinamiento.
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