Su barba y su melena expuestas al viento en lo alto de la roca y a pesar de poseer una silueta asimétrica, le dan al autoproclamado profeta un porte de seriedad suficiente para despertar la curiosidad de decenas de sirenas, sumidas en un profundo aburrimiento desde que no hay náufragos a los que rescatar. Mientras, subido a una ola, ve al rey Poseidón escuchando el murmullo de la vida. Nuevo día y el mismo parsimonioso amanecer contemplado por el viejo farero.

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