Su barba y su melena expuestas al viento en la proa del «Canción de cuna para Mercedes» aterrorizaba a quien lo observara.

—¡Arrrggg! —gruñó alzando el brazo izquierdo por lo alto en una pose gallarda. Su carcajada pirata sonaba aterradora, el sol se reflejaba en la punta metálica que remataba ese instrumento compañero de mil tormentas.

—¡Alberto, deja de hacer el tonto otra vez y disfruta el crucero como el resto de las personas normales!, ¡vas a tirar tu sombrilla al agua!, ¡bájate! —dijo Julia muy molesta.

—Hay espacio para dos.

—¡Espérame! Voy por mi parche de ojo.

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