Su barba y sus melenas expuestas al viento destacan claramente sobre su cabeza desproporcionada. Sin embargo, al acercarse a la imponente figura barbada del final del luminoso camino, el rostro se aprecia bondadoso y atractivo.

Al llegar a su altura solo puedes mirar a sus ojos imantados, escrutadores. De pronto, como respuesta a una leve mueca del señor de la puerta, un ángel levanta su espada y me señala otro camino distinto, tortuoso y concurrido. Al final, entre destellos rojizos, parece adivinarse otra puerta, ahora sin nadie en su entrada. El temor y el remordimiento se hacen más acuciantes.

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