Su barba y su melena expuestas al viento pasaron como un rayo. Sin haber manejado nunca una moto, subí al ciclomotor de Malena y lo alcancé en el semáforo. Le dije que andar en moto cuando hay viento es igual al entusiasmo de las sábanas cuando hay deseo. Me miró como si fuera un insecto y se fue raudamente. Derrotada volví con las chicas y nadie dijo una sola palabra. Al rato me reconcilié con mi cadáver y me fui caminando hasta la heladería. Le pregunté si tenía helado de azúcar amarga y me dijo que no. Será la próxima.

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