Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón, con un gran puro en la boca y esa cara de triunfador, solo tenía que esperar unos días, pronto nadie le buscaría, sus enemigos le darían por muerto y podría regresar.

Constantemente se palpaba el pecho, asegurandose que en el bolsillo interior estaba la llave que le abriría la caja del banco.
No podía aguantar cada poco sonreír y echar una voluta de humo.

Lo que no imaginaba, que a mí me llamaban deditos de oro.

Me resulto fácil darle el cambiazo antes de su viaje caribeño.
Quien ríe el último ríe mejor

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS