Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón. Tenía tiempo. Se maquilló, serena, las señales de la cara, se puso el body negro, las medias de red, la minifalda roja y los tacones altos. Del fondo del cajón sacó sus ahorros y el billete del vuelo, y los echó al bolso de bandolera. Cogió la pequeña maleta y salió de la casa para siempre. Mejor la calle en el norte que aquella perra vida. Dinero fácil, libertad e independencia.
Rodeada por alegres miradas de los viajeros, sonrió esperanzada y se dijo: Ya estás libre ¡A por el mundo, Rosi!
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