Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón. Germán era un hombre de costumbres fijas, metódico hasta la exasperación. Y evidentemente un viaje a Cuba para celebrar su aniversario de bodas no iba a cambiar su forma de ser. De modo que desde su llegada a la isla, su rutina había permanecido inalterada: desayuno en el hotel, paseo por La Habana vieja, almuerzo en un paladar cercano al Capitolio, siesta junto a la piscina, atardecer en El Malecón, cena…
– “¿Me llamó la señora? Le traigo su ropa planchada.”
– “Pasa, Nelson, pasa. Y cierra la puerta, por favor”.
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