Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón – pensaba de forma ingenua Sofía.

Una discusión más, otro de los muchos enfados y el hombre desaparecía, como en el celuloide. Pero no, el bueno de Plácido tenía poco de exótico y menos de viajero. Decidió ir a la aldea de la familia y allá, por la ribera, reflexionar sobre su relación con esta fantasiosa mujer que le traía loco en todos los sentidos.

Se había acostumbrado a ella como a un dolor y tanto dejarlo, como volver eran decisiones de alto riesgo. De eso, no tenía ninguna duda.

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