Él ya estaría tomándose un daiquiri en el Malecón. Eso era algo seguro. Habían quedado en repartir a partes iguales y en marcharse juntos. Cuando la dejó a la puerta, dentro del coche y no apareció, lo tuvo claro. Más aún cuando una patrulla de policía la siguió por toda la ciudad.

Llegó angustiada a su apartamento. El corazón le latía a doscientos por hora. La había engañado. Un grito aterrador salió de su garganta. Una mano la sostuvo. Abrió los ojos. Todo había sido un sueño. Su marido la miraba perplejo.

-Tranquila, cariño. Necesitas descansar. ¡Vayamos a La Habana!

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