El veintidós ya es historia.
Al principio pensé que me había equivocado de calle, nada raro tomando en cuenta que volví a este pueblito luego de veinte años, cuando aún no habían asfaltado la trocha. Pero entendí que, si quería volver a alojarme en aquel albergue que me cobijó con mantas multicolores, cordialidad y aroma de pan calentito, tendría que imaginármelo; su espacio había sido usurpado por un moderno edificio del Banco Central.
Ahora, solo me queda recoger mi mochila y mi alma del suelo, salir del camino y rastrear otro lugar que no me recuerde de dónde vengo.
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