«A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir», pensó mientras se pintaba. Se puso la única falda que tenía y salió a la calle taconeando con garbo, aunque con cierta dificultad.
La estación estaba vacía. Un vigilante se sentó a su lado.
-¿Adónde vas?
-A Madrid.
Sintió con incomodidad su mirada indiscreta.
– Soy Ágata.
– Yo Félix.
– ¿Quieres maullar conmigo?
– Qué dices, me gustan las tías.
– Y a mí los ratones, no te jode.
Y se alejó por el andén moviendo el trasero con descaro.
El tren se podía escuchar ya a lo lejos.
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