«A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir», pensé mientras me lanzaba a la pista de baile desenfrenada. El vino y el par de copas me habían influido seriamente. Cena y risas con amigas reencontradas después de años de desprecios y reclusión mayor. Al entrar en aquel antro discotequero anclado en los 80, con su bola en el techo y música machacona me dejé llevar y lo di todo. Hasta que el DJ cortó en seco la música y dijo por el micro: despejen la zona, la policía quiere hablar con alguien de la pista.

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