A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir – le dije al inspector de policía, tras el estruendo de su arma. Me levanté del suelo con agilidad felina y corrí por el pasillo del museo con la joyas ya en mi poder. Dos nuevos disparos irrumpieron el silencio de la galería. El aguijón punzante penetró nuevamente mi hombro y mi pierna. Aún me quedaban seis vidas. Trepé el tragaluz por el cual había entrado al museo, mientras sentía dos nuevos piquetes, ahora en mi espalda. Alcancé a huir con algo de suerte y sólo cuatro vidas a cuestas.

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