¡A esta gatita aún le quedan muchas vidas por vivir!, me gritó antes de cerrar la puerta estrepitosamente y partir para el aeropuerto.

Su intuición no la engañaba, tenía miedo, ese miedo que empieza a retorcerse en el estómago cuando uno siente que el final de la relación está próximo, que es inútil continuar…

Lo que empezó como una aventura ocasional se extendió durante cuatro años. Los dos caímos en una vorágine de sentimientos y sensualidad. Ella candorosa e incondicionalmente enamorada y yo en la difícil alternativa de elegir su amor o morir en los tediosos y gastados lazos conyugales…

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