La señal indicaba la ruta. Las palabras como dardos retumbaban su conciencia: sola y enajenada balbuceaba un te quiero. Cruzó la calle, bajó la mirada. Envuelto en un diario circundando la basura la criatura lloriqueaba. Recordó el aborto y entonces se sintió asqueada.

Iba a huir cuando de repente ese detente la paralizó en el acto. Intentó girar su rostro y ver quien la imperaba.

Tantas veces lo mismo se decía: el mismo llanto, los mismos te quiero, la misma calle, la misma rutina, los mismos viajes a ninguna parte, el mismo dolor que me carcome, el mismo delito castigándome.

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