Te regalé una bonita sonrisa de Joker, y tras asegurarte que a donde iba nunca me encontrarías, me di la vuelta, mi paso firme. Tú, pasmado, ni moviste un músculo.
Pero por desgracia reaccionaste, agarraste mi codo y me giraste bruscamente.
Por desgracia para ti, porque aquel día, en el que por fin decidí que no volverías a ponerme una mano encima, llevaba todos los ases bajo mi manga. El otro joker en mi minúscula maleta.
Mi rodilla se hincó con rabia acumulada en tu entrepierna; te doblaste y caiste al suelo.
Ese suelo tantas veces salpicado con mi sangre.
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