Pensé mientras el coche se estrellaba contra el muro, que el mundo era un lugar inicuo. Dos horas antes aterrizaba en Bogotá esperando ver a mi madre, su recuerdo fue lo único que me ató a la realidad en aquel viaje miserable a la selva, quién podría haberme dicho que allí lo perdería todo, mi libertad, mis sueños, mi esencia. Mi dignidad se disolvió lentamente entre barro, balas y almas vagabundas, taciturnas, seres inmunes al dolor. Ella no pudo soportar mi secuestro y llegué tarde. Tan tarde que apretar el acelerador fue la única salida.

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