Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro que uno de los momentos más eróticos de mi vida lo viví al llegar a los treinta. Una noche de amor, un coche ligero, íbamos rápido. Me deslicé por la capota del techo, desabroché botón a botón la camisa prestando mi cuerpo al baboseo lascivo de la luna. La melena suelta y mis pechos silbando alegría…

¡Qué viaje!

Esa noche no hubo golpes entre razas, tampoco atropellos a pobres malditos. Ni rastro de idilios entre humanos desanimados y máquinas destructoras de vida.

Ya sabes, éramos jóvenes y aún no queríamos desaparecer.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS