Pensé, mientras el coche se lanzaba contra el muro, cuánto me hubiera gustado estar ahí dentro. El choque fue conciso y rogué que la muerte de Tomás también lo fuera.
No había nada ni nadie en el estacionamiento más que lo que quedaba de nosotros. Pero las uniformadas llegaron, y con ellas las preguntas.
-No van a sacarme ningún nombre- aseguré.
No les gustó mi respuesta, porque una sacó su navaja. Comencé a sentirme mareado y supuse que el ferri ya habría zarpado.
-Para cuando lleguemos a Palma, hasta tu amigo suicida va a cantar- dijo, afilando la cuchilla.
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