Pensé mientras el coche se lanzaba contra el muro, en mil razones para odiarte. No tenías por qué subirte al auto y empezar a golpearme. No estaba coqueteando con esa mujer, sólo conversaba. Siempre ocurría lo mismo. Debí dejarte inconsciente antes que agarraras el volante y nos saliéramos del carril, yendo directamente contra el muro de contención.

Creo que estuve inconsciente por algunos minutos. Al abrir los ojos, te contemplé observándome con aquella mirada canina. Te veías hermosa cubierta de sangre, con tu mueca de sonrisa burlesca. De tu balbuceo, sólo entendí: Si no eres mío, no serás de nadie.

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