Lástima que no haya billetes para maniquíes. Así podría hacerme con muchos, muchos, y llenar el barco con ellos. Sentaditos con sus trajes impecables y sus pelucas bien peinadas. Espectadores sonrientes y tranquilos para terminar mis actuaciones sin risitas ni silbidos. Mejor fibra de vidrio coloreada que esa canalla de piel, carne y huesos insensibles al arte. Pero, comprar ¿Con qué dineros? Y, si lo consiguiera ¿Cómo arrancar los merecidos aplausos de estatuas impasibles? Nunca lo harían, seguro. Pero ¿Y si, por una vez, una justa magia existiera?

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