Humana contradicción

Humana contradicción

Lástima que no haya billetes para maniquíes, porque los pelmas abundan en el transporte público. Si existieran, me evitarían el revoloteo de moscones y las conversaciones inoportunas.

Pero esta vez pasaré desapercibida al subir al vagón de humanos. Lo haré sin mirada y con los cascos conectados. Enseguida sacaré el móvil hasta el final del trayecto. Ocuparé un asiento del pasillo y dejaré mi equipaje en el de la ventanilla; si todavía alguien quiere sentarse conmigo, fingiré una tos profunda sin taparme la boca.

Decidida, subí al tren: Ostras. Si está Bisbal. ¡Y tiene un sitio libre a su lado!

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