Lástima que no haya billetes para maniquíes. Hubiera sido el regalo perfecto. Macabro, sí. Pero creyó que a la larga le habría hecho un poco de gracia. Aunque solo fuera meses más tarde, cuando el dolor del abandono se hubiera disipado y se acordara del muñeco que cómicamente había llegado para ocupar el lugar vacío de la mano de un amigo. Sí, sería divertido llevárselo, y estaba seguro de que algún día le haría reír, aunque no se enterase nunca que solo era una máscara para ocultar el hecho de que se estaba llevando a sí mismo.

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