Lástima que no haya billetes para maniquíes, se lamentaba un joven mientras yo accedía al andén con mi muñeca hinchable perfectamente empacada. Hacía dos meses me habían concedido la condicional y me disponía a tomar el ferrocarril que hacía la travesía de los túneles, un recorrido de doscientas millas atravesando unos montes completamente horadados. Hoy era mi día de suerte, una señorita y yo éramos los únicos ocupantes del vagón. Apenas media hora de viaje y le dirigí la mirada junto a una sonrisa de complicidad, ella me la devolvió confiada y entonces entramos en el túnel más largo.

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