«Lástima que no haya billetes para maniquíes», pensé. Sin embargo, mi olfato se activó cuando, en la estación, tropecé con ella, su sustituta, una muñeca escuálida de carne y hueso, maquillaje corrido y sonrisa fingida; sin nada que perder, con la que no levantaría sospechas de parafílico.

– ¿Vienes?.- Le pregunté- Viajaré de París a Estambul.
– La ruta del Orient Express. ¿Qué pasa, eres un psicópata asesino o algo así?.

Instintivamente, me giré para esconder mis intenciones, mordí mis labios con deseo voraz y me corté con los colmillos afilados

– Sí voy- Aceptó.

Mientras, yo vibraba de placer.

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