Lástima que no haya billetes para maniquíes, si los hubiera, decidiría que viajara en mi lugar a esa fiesta glamorosa de simuladores donde no existe cara sin sonrisa, vestidos sin firma de autor, ni modelo de zapatos sin marca.

Las presentaciones formales valen una foto, y a la primera copa comienza a escucharse aquí y allá el murmullo de los monólogos que sólo se interrupen ante el siguiente monólogo. Puedes permanecer callada durante toda la noche sin que nadie lo advierta.

Seguro que su belleza petrificada y silenciosa sería la compañera ideal del personaje que me espera en la sala.

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