Lástima que no haya billetes para maniquís, se lamenta ella al subir al tren. Su mirada perdida, los cabellos son telaraña que teje con un peine de cristal. Dos asientos no bastan para acomodar las jaulas de pájaros, las brújulas, el barredor de sueños, una cajita con plumas, tinta mágica y la máquina de escribir olivetti, igual a la de mi abuelo.

Mira el mar a través de la ventana. De súbito un frenazo, la maleta se abre. Un vuelo de mariposas inunda el vagón: miles de cartas vuelan y se escapan por la puerta en la estación del Olvido.

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