«Lástima que no haya billetes para maniquíes» pensó el hombre gris mientras terminaba de modelar su preciosa figura, la cual acabaría en un escaparate de una gran firma de ropa en París. No se merecía menos esta escultural figura. Le llamó su mujer gris: iría a cenar más tarde porque tendría que pasar por correos para llevar el último encargo en su coche gris. Sí, le parecía bien la cena gris.

Abrió el baúl gris. Con infinito cuidado colocó al maniquí imaginándola bellísima en los Campos Elíseos. Cerró la hermosa caja, ahora bermellón. La etiqueta tenía la dirección equivocada.

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