Lástima que no haya billetes para maniquíes. Desmontarla es siempre muy trabajoso. Además, me gustaría cogerle la mano durante el despegue. Me transmitiría su calma. Y pobrecita, para variar, podría contemplar las nubes, no ese monótono marrón del interior de la caja donde la obligan a viajar.

Pero Luisa es paciente. Sé que me esperará inmóvil, sin abrir boca. Dispuesta a recomponerse en cuanto nos hayamos instalado en la casa nueva, a adaptarse otra vez a una ciudad desconocida. No sé cómo aguanta. Yo estoy harto de tanto trajín. Si no fuera por ella, habría dejado ya este maldito trabajo.

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