PENSÉ MIENTRAS EL COCHE SE LANZABA CONTRA EL MURO, que todo acabaría ahí.

Qué equivocada estaba. El coche atravesó el muro. Mientras, aquel tipo, presa del pánico y la rabia, me cogió por el cuello, intentando estrangularme. «¡Soy una dummie!, ¡no puedes matarme, gilipollas!», quise gritarle. Teóricamente, no estoy viva. Se creyó que nuestra sórdida historia fue de amor, maldito iluso, por eso ahora me odia.

Luego se calmó. Miró a su alrededor, como hubiera querido hacer yo.

Era de noche, al otro lado. Llovía. Una gran luna de forma elíptica iluminaba un callejón. Se bajó del auto y avanzó…

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