Lástima que no haya billetes para maniquíes, todos vendidos. Cada pasajero necesitaba dos asientos, uno para él y otro para su mascota, y a bordo había canarios, hurones y caniches y hasta un pangolín en primera. Un cerdo vietnamita monstruoso ocupada su asiento y el que tenía que haber sido para mi Wendy. De todas formas no vi ningún otro maniquí y debí habérmelo imaginado. Dan mucha grima, se había justificado el vendedor. Y todo porque nadie cree que ella también puede compensarnos del vacío. El vacío de no poder tocar nunca más la piel desnuda de otro ser humano.

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