Lástima que no haya billetes para maniquíes. Ella hubiera comprado uno que tuviera una hermosa peluca. Ahora, con su cabeza rapada se sentía otra, más resuelta y alborotada. Más libre y respondona. Su larga cabellera ya había hecho lo suyo. Y eso ella, se lo reconocía con creces. Aunque ahora yaciera muerta, exánime, colgada en un triste atril de una peluquería de quinta. Se ganó dos concursos de belleza por ella, por su contoneo y por ella. La había vendido para comprar los boletos de su viaje a la fiesta de San Pedro. Se arruinaría. Pero su pelo…crecería otra vez.

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